dijous, 8 d’agost del 2019

MIRANDO A DOMINGO DE GUZMÁN

Algunas sectas cristianas de esa época


Cada 8 de agosto se celebra la memoria de Domingo de Guzmán (†1221 con 51 años), sacerdote fundador de los dominicos. Burgalés, canónigo del Cabildo reformado de Osma (Soria) que acompañaba a su obispo Don Martín Bazán a Dinamarca para gestiones diplomáticas para la boda del hijo de Alfonso VIII.

Cerca de Toulouse nació la Orden de Predicadores, llamada la “santa predicación” o los “dominicos”, fundada para enfrentarse a los herejes del momento: cátaros, valdenses, albigenses y otros grupos agitadores de la fe y las costumbres. Domingo quería cambiar los métodos pues los misioneros iban en carruajes elegantes, con secretarios y ayudantes, se alojaban en los mejores hoteles, etc. Regresaba del viaje por Europa, acompañando a su obispo, y horrorizado por lo visto en el Languedoc, le contó sus planes y de paso le comentó que “a éstos, o por las buenas o por las malas”.

En su tiempo (s. XIV) la Inquisición persiguió (sin grandes éxitos) a valdenses que nacieron con Pedro Valdo en el s XII con “los pobres de Lyon” y que en el s XVI se unieron a los de la Reforma luterana o calvinista, según los casos. Otra secta de entonces eran los cátaros o albigenses por estar localizados en la población francesa de Albi y que predicaban el rechazo total del mundo material que atribuían a Satanás. Dios, para ellos, es creador de lo bueno que es lo espiritual. En 1209, con el apoyo de la corona francesa, se organizó la “cruzada albigense” para exterminarlos.

Del mundo cátaro salió san Pedro, mártir en 1252 con 46 años, dominico en vida de santo Domingo del que se fascinó a los 16 años. Hijo de una familia de cátaros, contribuyó a crear las cofradías marianas. Recorrió muchas ciudades italianas y recaló en Milán donde fue nombrado Inquisidor general. Fue asesinado en Farga, de camino a Milán, fruto de 40 libras milanesas y con 2 golpes de hacha. Canonizado por Inocencio IV en 1253.

Por las condiciones económicas y el excedente femenino entre nobleza y alta burguesía, florecieron las beguinas que se desarrollaron como los franciscanos y volvieron a "explotar" en el XVII aunque la Revolución francesa y la vida moderna las llevará a la extinción.

Las beguinas eran mujeres solteras y viudas, sin votos, con vida monástica en el mundo como las beatas españolas y las humiliatas lombardas. Vivían en casas amontonadas y cercadas, unas 100 a modo de ciudad, con enfermería, calles, plazas, iglesia particular, noviciado y convento para las que querían vida comunitaria. Nacieron en Bélgica en 1170 cuando las mujeres piadosas no llegaban a caber en los monasterios y se conformaron con casa propia o en la de sus padres. El cardenal Protector de ellas, en 1216, obtuvo la aprobación del papa Honorio III y en Bélgica y Renania llegaron a ser el 5% de la población femenina urbana (en la Valencia actual serían unas 25.000). En Gante, uno de los tres beginagios ¡tuvo 800! Se dedicaban a obras de misericordia y a trabajos manuales del textil (apresto de telas).

Exaltaban la pobreza voluntaria y vivían de limosna. Eran panteístas o quietista que buscaban la inocencia perdida del paraíso y la deificación formal: entonces el alma ya no puede pecar, es libre, y practicaban la libertad de espíritu y de la carne (el amor libre). Después del Concilio de Vienne, la Inquisición los hizo desaparecer.

Los begardos eran la rama masculina, “religiosos laicos” belgas y renanos que también cuidaban enfermos, dementes y apestados. Usaron conventos abandonados o viejos y tenían casas separadas para hombres y mujeres, aunque algunos (belgas, holandeses y en Koln) eran sólo masculinos y trabajaban telas: llamados tejedores o begardos. En el s. XV desaparecieron con la crisis industrial.

En el sur de Europa (Italia, Catalunya y Provence) se llamaron beguinos a los espirituales franciscanos y a los fratricelos cuando se les condenó en 1317. Eran místicos visionarios influidos por Joaquín de Fiore. Enseñaban que la Iglesia romana (carnal y pecadora) ya había dado paso a la Iglesia del Espíritu Santo. Llevaban hábito gris (lana no teñida) como san Francisco por lo que los franciscanos cambiaron al color marrón: no por infidelidad, sino por prudencia, para que la gente supiera quién era quién.

Los fratricelos, aprobados en 1294 por el papa Celestino V, estaban separados de los franciscanos, siendo un grupo exiliado a Armenia (1290). Al morir san Francisco, ya había dos tendencias: rigoristas y mitigados llamados "La Comunidad", más numerosos. En el Concilio II Lyon (1274) corrió el rumor de que el papa Gregorio X (1271-1276) pensaba concederles el tener alguna cosa en común. Los rigoristas se enfadaron y fueron exiliados a Armenia y despojados de sus hábitos; se convirtieron en visionarios, pseudo-profetas que anunciaban la destrucción de la gran Babilonia y el triunfo del monaquismo sobre el sacerdocio. El papa Bonifacio VIII (1294-1303) los disolvió en 1295 aunque coletearon hasta 1466 y relacionados con el quietismo.

Inocencio XI (1676-89), beato, al principio apreció a Miguel de Molinos, director espiritual inventor del “quietismo”, mística que niega la ascética. Afirmaba que incluso las apariencias del pecado del cuerpo no pueden dañar el alma. Le costó al Papa admitir los errores “molineros” pero una vez convencido, arremetió sin consideración contra todos ellos, incluido un cardenal al que había elevado a tal rango sólo por ser “molinero”.

Lucia Filippini
Lucia Filippini (†1732 con 60 años), clarisa fundadora de las Maestras Pías “filipinas”, salió indemne de la acusación de quietismo que afectaba a los Píos Operarios que habían metido mano en la fundación y le salpicó. Fue canonizada en 1930 y citada por Benedicto XVI en Viterbo (090906) pues fue amiga y compañera de Rosa Venerini que dejó la fundación para ir a Viterbo.

Otra secta fue la de los frailes “apostólicos”, extravagantes y radicales ya detectadas en el “Panarion” de san Epifanio (†403 con 88 años), obispo de Salamina, padre de la Iglesia. Eran más o menos dependientes de los encratitas, surgidos a mitad del siglo II. Dieron cuenta de ellos san Agustín, obispo de Hipona (†430 con 76 años) y san Juan Damasceno, (†749 con 103 años), monje del monasterio de san Sabas, cerca de Jerusalén. De nuevo en 1114 se descubrieron en Soissons, llegados de Oriente a Francia por Italia. Era una sociedad secreta que no admitía la Encarnación, ni los sacramentos, también condenaba el matrimonio mientras se entregaban a prácticas inmorales, gloriándose de llevar la vida de los primeros apóstoles. Quizá a los templarios se les calumnió atribuyéndoles falsamente la realidad de esta secta. En Colonia (1143) también se detectó otra secta parecida, una sociedad secreta denunciada por san Bernardo en los sermones 65 y 66 sobre el Cantar de los Cantares.

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