dimarts, 19 de març del 2019

MIRANDO A SAN JOSÉ

Esposo de la Virgen María



Cada 19 de marzo se celebra la fiesta de san José, esposo de María, la madre de Dios por ser la madre de Jesús. Pío IX le nombró patrono de la Iglesia universal y el papa Francisco le tiene una gran devoción y acude a él cada día para encomendarle “los problemas”. Como entonces tuvo el encargo de sacar adelante la vida de Jesús y María, llena de dificultades, ahora vela por el Cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia que navega por estos mares encrespados con frecuencia.

Utilizando textos suyos de Evangelii gaudium (EG), Amoris laetitia (AL), Laudato si (LS), Gaudete et exúltate (GEx), contemplemos algunos momentos de la vida de san José, esposo de María de Nazaret, la madre de Jesús, y de quien hizo de padre putativo.

Leemos en el Evangelio que “Jesús, al empezar su vida pública, tenía unos treinta años y se pensaba que era hijo de José” (Lc 2, 23) y después de unas semanas correteando por el lago de Tiberíades y haciéndose con los primeros 4 discípulos regresó a Nazaret “Y (…) les enseñaba en la sinagoga de modo que atónitos se decían: «¿No es éste el hijo del carpintero?»” (Mt 13, 53-55).

Cuando Felipe encontró a su amigo Natanael, le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de José de Nazaret (Jn 1, 45).

José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David llamada Belén, en Judea, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta” (Lc 2, 1-5).

Esa salida de su pueblo natal hace recordar lo que pide Francisco: “que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos” (EG, 49).

Y sucedió que, estando allí, le llegó la hora del parto y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el aposento” (Lc 2, 6-7). Un pesebre, un lugar pobre e indigno para los humanos, aunque solo estuviera allí sin agotar 24 horas. Cuando lleguen los magos de Oriente, encuentran a Jesús con su madre en la casa, no en el establo.

Por eso Francisco quiere que todos aprendamos que “la cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado” (EG, 54). Y en otra ocasión deja escrito que La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad (…) sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos” (LS, 222).

Siguiendo los relatos evangélicos, leemos que “cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor” (Lc 2, 22-24). Allí va Jesús, en brazos de María, acompañada por su esposo José, se “topó” con el anciano Simeón y la anciana Ana. Y por ello Francisco nos dice: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él” (EG, 3).

Después que se marcharon (los magos de Oriente), un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y huyó a Egipto. Allí permaneció hasta la muerte de Herodes” (Mt 2, 13-15).

Lo mismo se le dice a la Iglesia: “Fiel al modelo del Maestro, es vital que hoy la Iglesia salga a anunciar el Evangelio a todos, en todos los lugares, en todas las ocasiones, sin demoras, sin asco y sin miedo. La alegría del Evangelio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie” (EG, 23). “Compete a todos como tarea cotidiana (…) llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos (…) en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino” (EG, 127).

Sus padres iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Y cuando tuvo doce años, subieron a la fiesta, como era costumbre. Pasados aquellos días, al regresar, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus padres (…) Y ocurrió que, al cabo de tres días, lo encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y preguntándoles. Cuantos le oían quedaban admirados de su sabiduría y de sus respuestas” (Lc 2, 41-47).

Al papa Francisco le da pie para escribir: “La Iglesia, que es discípula misionera, necesita crecer en su interpretación de la Palabra revelada y en su comprensión de la verdad (…) A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio” (EG, 40). En su constante discernimiento, la Iglesia también puede llegar a reconocer costumbres propias no directamente ligadas al núcleo del Evangelio (…) No tengamos miedo de revisarlas (…) que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida” (EG, 43).

Después de la estancia en Belén regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. “El niño iba creciendo y fortaleciéndose lleno de sabiduría” (Lc 2, 40). Lo mismo se dice una segunda vez, al regreso de esa jornada en Jerusalén, después de haber encontrado a Jesús al tercer día: “Y bajó con ellos y vino a Nazaret y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia (o sea en santidad) delante de Dios y de los hombres” (Lc 2, 51-52).

Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo (…) es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de nosotros” (GEx, 7).

Para vivirlo en la vida cotidiana, “es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas (…) reutilizar algo en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad” (LS, 211).

José es Patrono de la buena muerte
porque murió en brazos de Jesús y de María
En los más de 30 años de vida oculta de Jesús, como su madre María y como José, “necesitamos (…) una mirada contemplativa, esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas (…) Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada” (EG, 71). María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos” (EG, 288).

Podemos acudir al santo patrono de la Iglesia universal acordándonos de que puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a trabajar con generosidad y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha confiado” (LS, 242). “Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos del carácter sagrado e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica. Amén” (AL, 325).

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