diumenge, 10 de març del 2019

COMPAGINANDO CIENCIA Y FE

Revisión fiel y creativa de los estudios eclesiásticos


Cada 10 de marzo se hace memoria de santa María Eugenia de Jesús (†1898 con 81 años), fundadora de las religiosas de la Asunción de la Virgen María que se proponían –como los católicos liberales de su tiempo- unificar todas las ciencias para el conocimiento y el amor de Jesucristo y transformar la sociedad desde el Evangelio.

En la oración colecta de la Eucaristía de hoy, domingo 1º de Cuaresma, se le pide a “Dios todopoderoso, que las prácticas anuales propias de la Cuaresma nos ayuden a progresar en el conocimiento de Cristo y a llevar una vida más cristiana”. El conocerle es con la cabeza y el corazón y no caer en el voluntarismo o los planteamientos viscerales.

Unos días antes, el 5, el santoral trae a san Juan José de la Cruz, (†1734 con 80 años) fraile alcantarino reformador que empleó treinta años en difundir en Italia la reforma que san Pedro de Alcántara había establecido en España. Corría el «siglo de las luces», del racionalismo y él se desmayaba en éxtasis; leía en los corazones y anunciaba el porvenir … ¡se exasperaban los racionalistas! En una ocasión un intelectual se lanzó a criticar delante de él a la Providencia divina y le contestó mostrándole la cabeza: «He medido el hueso que tenemos desde aquí hasta el cuello, sobre los hombros. Mide alrededor de cuatro pulgadas de alto por tres de largo. ¿Y usted, querido amigo, quiere hacer entrar el infinito en un hueso tan pequeño?».

Para saber estar en el momento y circunstancias en que a cada cristiano le toca vivir, el papa Francisco actualiza las disposiciones vigentes de los estudios teológicos con la Const ap “La alegría de la verdad” (Veritatis gaudium, VG) del 8-XII-2017, dedicada a las universidades y facultades eclesiásticas.

En el proemio del documento parece estar lo esencial del tema y empieza diciendo que “El Pueblo de Dios peregrina a lo largo de los senderos de la historia, acompañado con sinceridad y solidaridad de los hombres y mujeres de todos los pueblos y de todas las culturas, para iluminar con la luz del Evangelio el camino de la humanidad hacia la nueva civilización del amor” (VG, 1).

“(…) El vasto y multiforme sistema de los estudios eclesiásticos (…) está unido estrechamente a la misión evangelizadora de la Iglesia y, más aún, brota de su misma identidad (…) El Concilio Vaticano II, promoviendo con vigor y profecía la renovación de la vida de la Iglesia, en vistas de una misión más incisiva en esta nueva época de la historia, haya recomendado en el Decreto Optatam totius una revisión fiel y creativa de los estudios eclesiásticos (cf. nn. 13-22)”.

Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida, ha sido precisamente uno de los principales aportes del Concilio Vaticano II. Me animo a decir que ha revolucionado en cierta medida el estatuto de la teología, la manera de hacer y del pensar creyente” (VG, 2)

Sapientia christiana (de Juan Pablo II en abril 1979), remitiéndose a la Gaudium et spes (del Concilio Vaticano II, 1962-65), “deseaba que se favoreciera el diálogo con los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los que tienen otras convicciones religiosas o humanísticas, y que también se mantuviera una relación «con los que cultivan otras disciplinas, creyentes o no creyentes», tratando de «valorar e interpretar sus afirmaciones y juzgarlas a la luz de la verdad revelada» (cf GS, 62) (VG, 4).

“(…) quiero recordar (…) la unidad del saber en la diversidad y en el respeto de sus expresiones múltiples, conexas y convergentes, es lo que califica la propuesta académica, formativa y de investigación del sistema de los estudios eclesiásticos, ya sea en cuanto al contenido como en el método”.

“(…) la catolicidad (…) fermento de unidad en la diversidad y de comunión en la libertad, exige para sí misma y propicia «esa polaridad tensional entre lo particular y lo universal, entre lo uno y lo múltiple, entre lo simple y lo complejo. Aniquilar esta tensión va contra la vida del Espíritu”

Estos consejos y propuestas no son revolucionarias pues a lo largo de los siglos no han faltado santos, instrumentos de Dios, para que las cosas fueran “como Dios quiere”. Lástima que no hubo santas en ello.
        Gregorio “el taumaturgo” (†268 con 55 años) vivió en Cesarea de Palestina donde conoció a Orígenes y estudió en su escuela de teología que le sirvió para conocer al Dios verdadero y se hizo bautizar.
        Anselmo (†1109 con 76 años), benedictino, obispo de Cantorbery, fue un pensador original e independiente, ejemplo de armonía entre la fe y la razón aunque santo Tomás de Aquino no estaba de acuerdo con el argumento que tenía para demostrar la existencia de Dios. Benedicto XVI lo glosó recordando que el santo decía: "no busco entender para creer, sino que creo para entender" (Aud Gral 090923).
        Julián (†1208 con 80 años), fue el segundo obispo de Cuenca y con 24 años ya era profesor de filosofía y teología en una Academia que el obispo convirtió en Estudio y el Papa en Universidad con los privilegios de la de París.
        Antonio de Padua (†1231 con 36 años), franciscano glosado por Benedicto XVI que recordó que, ante el ambiente renacentista de entonces, predicaba para eliminar la falta de sensibilidad de los cristianos para con los pobres (Aud Gral 10-02-2010).
        Buenaventura (†1274 con 57 años), franciscano, obispo de Albano y cardenal, maestro de Teología en la revuelta y efervescente París junto a su amigo Tomás de Aquino, es llamado “doctor seraphicus” pues en él la filosofía, la teología y la mística se encuentran fundidas en su natural armonía.
Tomás de Aquino (†1274 con 49 años), dominico de quien Benedicto XVI dijo que "con sabiduría futurista logró instaurar una relación fructífera con el pensamiento árabe y hebreo de su tiempo (…) supo presentar aquella admirable síntesis cristiana entre razón y fe" (ángelus 28-I-2007).
Pedro Tomás (†1366 con 61 años) carmelita, obispo de Patri y de Lipari en Sicilia, nuncio en Hungría, patriarca de Constantinopla, fue cofundador de la facultad de Teología en la Universidad de Bolonia.
        Gregorio Palamás (†1359), tras 20 años de monje en el monte Athos, fue designado obispo de Tesalónica. De fascinante personalidad, dominó la teología del siglo XIV e hizo renacer el hesiacasmo, la vía ascética del silencio y la participación en la energía no creada de la luz divina, la que vieron los apóstoles en la Transfiguración.
Roberto Belarmino (†1621 con 79 años), jesuita, cardenal, obispo de Capua, sobrino del Papa Marcelo II, templado, conciliador, libre y profundo, teólogo particular del Papa que en su día escribió al secretario del tribunal eclesiástico que juzgaba al científico Galileo, advirtiendo tres cosas: primero, que estaban entrometiéndose en un campo (la Ciencia) que no era el suyo propio; segundo, que las teorías de Galileo eran sólo hipótesis pues no las podía demostrar; en tercer lugar, que si tuviese razón en sus planteamientos científicos, la solución sería replantear algunas cosas teológicas en la interpretación de la Biblia, pero no condenar la Ciencia.
        Józef Bilczewski (†1923 con 63 años), obispo de Lvov (Polonia), canonizado por Benedicto XVI en 2005; se dedicó a impulsar la dimensión social de la fe.


Como ocurre con los estudios civiles, también los estudios eclesiásticos siempre han de estar en continua reforma para irse mejorando. Los estudios eclesiásticos, una vez liquidado el cáncer eclesial del clericalismo, deberán denominarse eclesiales que es referencia directa a l@s laic@s. Los estudios no son privilegio exclusivo del clero y se logrará que sean del Pueblo de Dios, no de una minoría mínima y las profesoras teólogas no serán contadas con los dedos de una mano. 

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