¿Lo nunca
visto hasta ahora?

La
colegialidad episcopal en el gobierno de la Iglesia no es un invento o capricho
actual pues era lo evangélico y lo vivido en los primeros siglos y por toda la
comunidad, no solamente el clero y así l@s laic@s participaron en el concilio
de Jerusalén del año 50 con Pedro, Pablo, Santiago y alguno más. Luego quedaron
apartad@s y desechad@s, como si fueran la peste.
Francisco
deja escrito en la carta al Pueblo de Dios (20-VIII-2018): “Es
imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación
activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada vez que hemos
intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al Pueblo de
Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas,
espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo,
en definitiva, sin vida”.
Francisco,
en una homilía matutina (17-IV-2016), afirmaba que la Iglesia (los
eclesiásticos) ha estado haciendo de
“niñera” de los cristianos, con todo lo que connota esa expresión teniendo
a la vista los derechos humanos y de la dignidad de los seres hechos a imagen y
semejanza de Dios (…) vienen cuidando “al niño para
adormecerlo. Se vuelve una Iglesia adormecida”.
Ya el 16-IV-2015 Francisco
advirtió que no solo se adormece a los laicos sino también al mismo Espíritu
Santo: “Queremos que el
Espíritu Santo se adormezca… queremos ‘domesticar’ al Espíritu Santo (…) ¡seguir
adelante! Es eso lo que fastidia. La comodidad es mejor (…) Eso continúa hoy en día”.
La
colegialidad no está reclamada ni se ha de ver acelerada su urgente
resurrección dados los hechos de corrupción que están saltando por la prensa y
la tele en el mundo entero aunque exigen prisa para atajar esa conducta nefasta
y escandalosa.
Los eclesiásticos “conservadores” no permiten el
más mínimo cambio, no aceptan nada nuevo que -para bien- cambie “lo de siempre”,
aunque paradójicamente nunca viven “lo de siempre” sino que se aferran a
recientes propuestas o inventos suyos y eclesiásticos, incluso aunque sean
contrarios a la voluntad de Cristo. En cambio los “progres” reclaman limpiar el
polvo acumulado por el camino, desechar lo anticristiano, recuperar la
fidelidad al Evangelio que en algún momento se tergiversó, se abolió, se cambió
o se suprimió.
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Concilio Vaticano II |
Ojala
ayude a hacerse realidad la colegialidad cristiana con la nueva Constitución Ap
“Episcopalis communio” (15-IX-2018) de Francisco dedicada al Sínodo de los
obispos que fue un “invento” de Pablo VI (14-IX-1965) poniendo la primera
piedra para recuperar lo abolido hacía siglos cuando en los primeros era lo
normal. El papa Montini quiso poner patas a la recuperación de la colegialidad
decretada por el Espíritu Santo a través del Concilio Vaticano II.
Cuántas
veces el papa Francisco lleva denunciando también ese cáncer que es la curia
vaticana tal como hacía Benedicto XVI. En
la conferencia de prensa realizada en el avión en el que volvía a Roma tras su
primer e histórico viaje a África, Francisco recordó que el primero en
denunciar la corrupción en la Iglesia fue el Papa emérito Benedicto XVI, cuando
todavía era Cardenal Joseph Ratzinger. Recordó que el Viernes Santo del 2005, trece
días antes de la muerte de san Juan Pablo II, el entonces Cardenal Ratzinger,
que guiaba el Vía Crucis rezado en el Coliseo romano, habló de la suciedad de
la Iglesia.
Los cardenales, para trabajar a sus anchas, se
desengancharon del Consistorio romano organizándose en las actuales
Congregaciones Vaticanas (Santa Sede). No fue hasta Juan XXIII cuando, en bien
de la unidad y de la catolicidad, se empezó a ampliar y a reducir el % de
italianos que copaban todo el cardenalato.
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Los cardenales en la Basílica de san Pedro |
El Colegio
Cardenalicio había suplantado al Colegio Apostólico apareciendo en la praxis de
la Iglesia como una revolución fundada en razones políticas y en el afán de
construir un Imperio romano con su antiguo Senado romano. En el siglo VIII se
empezó a llamar cardenal a cada sacerdote del clero catedralicio que venía actuando
como senado o consejo del obispo de Roma. Juan VIII (872-882) reorganizó ese
Consistorio; León IX (1049-1054) les otorgó la facultad exclusiva de elegir
Pontífice y luego Alejandro III (1159-1181) haría extensivo a todos ellos,
incluso laicos la capacidad de elegir al Sucesor de Pedro pero Pablo VI decretó
que ya no hubiera más cardenales laicos sino que todos ellos fuesen obispos.
Es tal la podredumbre que Benedicto XVI se vio
desbordado y renunció para dar paso a quien pudiese hacerlo. Joseph Ratzinger
fue sucedido por Jorge M. Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, llamado a Roma
desde el fin del mundo y quien denunció (24-V-2018) la guerra de poder que
hay en la estructura eclesiástica (que no la eclesial) y en el Vaticano donde
no se vive la comunión sino que se busca la “carriera”, el ascenso, el poder.

En su primera Encíclica escribió
el Papa argentino: “La pastoral en
clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se
ha hecho así»” (EvG, 33).
“Si pensamos que las cosas no van a cambiar, recordemos que Jesucristo
ha triunfado sobre el pecado y la muerte y está lleno de poder. Jesucristo
verdaderamente vive” (EvG, 275).
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