Participación
activa, consciente y piadosa

“La tradición de
oración de la Iglesia –sigue diciendo el Papa- necesitaba expresiones renovadas, sin perder nada de su riqueza
milenaria, al contrario, redescubriendo los tesoros de sus orígenes”.
A lo largo
de la historia eclesial ya ha habido de todo y por eso no faltan pastores
modélicos que hicieron conocer y amar la Liturgia a sus ovejas sobre todo por
rezar en lengua vernácula y que supieran qué decían y a quien. Isaac (†438) fue catholicós de los armenios a
quienes tradujo las Escrituras y la Liturgia.
Mesrob (†439 con 78 años) fue un monje muy
apreciado también en la iglesia armenia y completó la cristianización de Armenia
queriendo la liturgia en esa lengua que necesitaba de un alfabeto escrito que
creó.
Agatón (†681 con 105 años) fue un Papa benedictino, siciliano que extendió la
liturgia romana a Inglaterra para reforzar allí su autoridad.
Máximo de Homologueta, monje de Constantinopla, mártir en el 662 con 82 años
junto con otros, fue glosado por Benedicto XVI y Hans Urs von Balthasar relanzó
su figura definiendo su pensamiento con la incisiva expresión de Kosmische
Liturgie, "liturgia cósmica". En el centro de esta solemne
"liturgia" siempre está Jesucristo, único salvador del mundo.
Isidoro (†636 con 76 años), monje obispo de Sevilla que presidió el IV Concilio de Toledo (633) donde se
decretó la fusión de la Iglesia y el Estado, la tolerancia de los judíos y la uniformidad
en la liturgia hispana.
Mael Rúain (†789) fue un monje obispo
irlandés que renovó la liturgia en su territorio.

El
papa Adriano II (867 a 872) acogió
en Roma a Cirilo y Metodio cuando llevaron los restos encontrados del papa
Clemente I romano y autorizó la lengua eslava para la liturgia.
Procopio (†1053) era un monje que inició
un monasterio del que fue abad y usó la liturgia occidental pero la lengua
eslava.
Lesmes o Adelelmo (†1097) abad del monasterio benedictino en la Auvernia francesa
hasta que Constanza, esposa del rey Alfonso VI, le llamó a Hispania para
introducir la liturgia romana a costa de la “tradicional” mozárabe.
Esteban (†1396 con 51 años) fue un monje obispo ruso de Perm que evangelizó las tribus paganas komis o zirianos
del nordeste, en los
Urales, inventando un alfabeto para traducirles la Biblia y la liturgia.
Josafat (†1623 con 43 años), monje
basilio, obispo de Lituania y mártir,
quería introducir el rito latino pero la nobleza y la burguesía, apegados al
rito nacional, le declararon traidor ante el pueblo. Pío XI en 1923 lo citó
como modelo de buen ecumenismo buscando la unidad en la conservación de la
Liturgia eslava.
Francisco dijo a los de la Plenaria de la Congregación para
el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que “La liturgia es vida que forma, no idea para aprender (…) es bueno, por
lo tanto, en la liturgia como en otras áreas de la vida eclesial, no acabar en polarizaciones
ideológicas estériles”.
“La liturgia no es «el
campo del hágalo usted mismo»”, sino la epifanía de la comunión eclesial. Por
lo tanto, en las oraciones y en los gestos resuena el «nosotros»” y no el «yo»”;
la comunidad real, no el sujeto ideal”.
“La formación litúrgica
no puede limitarse simplemente a brindar conocimientos,- esto es un error-
aunque sean necesarios (…) Es necesario cultivar la formación permanente del
clero y de los laicos”.
En
ese cultivar la formación permanente no debería faltar el repaso de algunas
páginas de la historia de la Liturgia, de las insignias y ornamentos
eclesiásticos como la estola, el palio arzobispal, el anillo pastoral, el báculo,
la mitra, la cruz pectoral, etc. Las vestiduras litúrgicas han dejado de
llamarse ornamentos desde la reforma conciliar ya que recuperar la sencillez de
la vida y de las cosas exige quitar todo lujo, ornamentación, boato…pues la
dignidad y la elegancia no están reñidas con la sencillez. Es normal que los
humanos se vistan mejor para algunas ocasiones festivas como bodas,
aniversarios, etc. por eso el sacerdote celebrante y los ministros que actúan
en el altar no están con ropa de diario.

Ya
en la liturgia de los judíos se concedía importancia -a veces exagerada- a los
vestidos de los celebrantes viendo en ellos un signo del carácter sagrado de la
acción, de la gloria poderosa de Dios y de la dignidad de los ministros (cf
Ecclo 50, 11).
Cuando
en una de las persecuciones romanas fue confiscada una casa en Cirta, en el
Norte de África, en el año 303, los guardias hicieron un cuidadoso inventario
de todo lo que requisaron. Entre los diversos objetos de valor que anotaron,
además de dos cálices de oro y seis de plata, de códices y lámparas, constan
también 82 túnicas para mujeres y 16 para hombres.
En los
primeros siglos no parece que los ministros cristianos significaran tal
condición con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. En todo caso
lo hacían con vestidos normales de fiesta, con las túnicas grecorromanas
largas. Todavía en el siglo V el papa san Celestino I, en una carta a los
obispos de las provincias galas de Vienna y Narbona, se queja de que algunos
sacerdotes hayan introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición
que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el
vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los
aderezos exteriores" (PL 50,431).

"Mas
claman los desnudos, los famélicos se quejan diciendo: Decid, pontífices ¿qué
hace el oro en el freno? Por ventura aparta el oro del freno el frío o el
hambre? (...) Andan los mulos cargados de piedras preciosas (…) Sortijas,
cadenas, campanillas, correas claveteadas y muchas cosas semejantes, tan
hermosas en sus colores como preciosas por su peso, van colgando de las
cervices de los mulos" (san Bernardo, ibid, p.685).
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