dijous, 28 de febrer del 2019

AMOR A LA LITURGIA

Participación activa, consciente y piadosa


A los participantes en la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (14-II-2019) les dijo: “transcurridos cincuenta años desde que, el 8 de mayo de 1969, san Pablo VI quiso instituir la entonces Congregatio pro Cultu Divino, para dar forma a la renovación deseada por el Concilio Vaticano II. Se trataba de publicar los libros litúrgicos según los criterios y las decisiones de los Padres Conciliares, con el fin de favorecer, en el Pueblo de Dios, la participación “activa, consciente y piadosa” en los misterios de Cristo (cf. Const.Sacrosanctum Concilium, 48)”.

La tradición de oración de la Iglesia –sigue diciendo el Papa- necesitaba expresiones renovadas, sin perder nada de su riqueza milenaria, al contrario, redescubriendo los tesoros de sus orígenes”.

A lo largo de la historia eclesial ya ha habido de todo y por eso no faltan pastores modélicos que hicieron conocer y amar la Liturgia a sus ovejas sobre todo por rezar en lengua vernácula y que supieran qué decían y a quien. Isaac (†438) fue catholicós de los armenios a quienes tradujo las Escrituras y la Liturgia.
Mesrob (†439 con 78 años) fue un monje muy apreciado también en la iglesia armenia y completó la cristianización de Armenia queriendo la liturgia en esa lengua que necesitaba de un alfabeto escrito que creó.
        Agatón (†681 con 105 años) fue un Papa benedictino, siciliano que extendió la liturgia romana a Inglaterra para reforzar allí su autoridad.
        Máximo de Homologueta, monje de Constantinopla, mártir en el 662 con 82 años junto con otros, fue glosado por Benedicto XVI y Hans Urs von Balthasar relanzó su figura definiendo su pensamiento con la incisiva expresión de Kosmische Liturgie, "liturgia cósmica". En el centro de esta solemne "liturgia" siempre está Jesucristo, único salvador del mundo.
        Isidoro (†636 con 76 años), monje obispo de Sevilla que presidió el IV Concilio de Toledo (633) donde se decretó la fusión de la Iglesia y el Estado, la tolerancia de los judíos y la uniformidad en la liturgia hispana.
        Mael Rúain (†789) fue un monje obispo irlandés que renovó la liturgia en su territorio.
        Rabano Mauro (†856 con 76 años), obispo de Colonia, benedictino abad de Fulda, fue glosado por Benedicto XVI del que dijo nos dice que tenemos que reservar momentos para Dios (…) sobre todo (…) el domingo (…) el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.
El papa Adriano II (867 a 872) acogió en Roma a Cirilo y Metodio cuando llevaron los restos encontrados del papa Clemente I romano y autorizó la lengua eslava para la liturgia.
        Procopio (†1053) era un monje que inició un monasterio del que fue abad y usó la liturgia occidental pero la lengua eslava.
        Lesmes o Adelelmo (†1097) abad del monasterio benedictino en la Auvernia francesa hasta que Constanza, esposa del rey Alfonso VI, le llamó a Hispania para introducir la liturgia romana a costa de la “tradicional” mozárabe.
        Esteban (†1396 con 51 años) fue un monje obispo ruso de Perm que evangelizó las tribus paganas komis o zirianos del nordeste, en los Urales, inventando un alfabeto para traducirles la Biblia y la liturgia.
        Josafat (†1623 con 43 años), monje basilio, obispo de Lituania y mártir, quería introducir el rito latino pero la nobleza y la burguesía, apegados al rito nacional, le declararon traidor ante el pueblo. Pío XI en 1923 lo citó como modelo de buen ecumenismo buscando la unidad en la conservación de la Liturgia eslava.

Francisco dijo a los de la Plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos que “La liturgia es vida que forma, no idea para aprender (…) es bueno, por lo tanto, en la liturgia como en otras áreas de la vida eclesial, no acabar en polarizaciones ideológicas estériles”.

La liturgia no es «el campo del hágalo usted mismo»”, sino la epifanía de la comunión eclesial. Por lo tanto, en las oraciones y en los gestos resuena el «nosotros»” y no el «yo»”; la comunidad real, no el sujeto ideal”.

La formación litúrgica no puede limitarse simplemente a brindar conocimientos,- esto es un error- aunque sean necesarios (…) Es necesario cultivar la formación permanente del clero y de los laicos”.

En ese cultivar la formación permanente no debería faltar el repaso de algunas páginas de la historia de la Liturgia, de las insignias y ornamentos eclesiásticos como la estola, el palio arzobispal, el anillo pastoral, el báculo, la mitra, la cruz pectoral, etc. Las vestiduras litúrgicas han dejado de llamarse ornamentos desde la reforma conciliar ya que recuperar la sencillez de la vida y de las cosas exige quitar todo lujo, ornamentación, boato…pues la dignidad y la elegancia no están reñidas con la sencillez. Es normal que los humanos se vistan mejor para algunas ocasiones festivas como bodas, aniversarios, etc. por eso el sacerdote celebrante y los ministros que actúan en el altar no están con ropa de diario.

El Misal Romano, en su introducción, dice: "En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan un mismo oficio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta en el desarrollo del sagrado culto por la diversidad de las vestiduras sagradas, que, por consiguiente, deben constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro. Por otro lado, estas vestiduras deben contribuir al decoro de la misma acción sagrada" (IGMR, 297). Como dice el texto: “deben contribuir al decoro” y nada más; evitar que sean signos de status social, de poder u alguno de esos detalles de los que no conoce el Evangelio.

Ya en la liturgia de los judíos se concedía importancia -a veces exagerada- a los vestidos de los celebrantes viendo en ellos un signo del carácter sagrado de la acción, de la gloria poderosa de Dios y de la dignidad de los ministros (cf Ecclo 50, 11).

Cuando en una de las persecuciones romanas fue confiscada una casa en Cirta, en el Norte de África, en el año 303, los guardias hicieron un cuidadoso inventario de todo lo que requisaron. Entre los diversos objetos de valor que anotaron, además de dos cálices de oro y seis de plata, de códices y lámparas, constan también 82 túnicas para mujeres y 16 para hombres.

En los primeros siglos no parece que los ministros cristianos significaran tal condición con vestidos diferentes, ni dentro ni fuera del culto. En todo caso lo hacían con vestidos normales de fiesta, con las túnicas grecorromanas largas. Todavía en el siglo V el papa san Celestino I, en una carta a los obispos de las provincias galas de Vienna y Narbona, se queja de que algunos sacerdotes hayan introducido vestidos especiales: “¿por qué introducir distinciones en el hábito, si ha sido tradición que no? Nos tenemos que distinguir de los demás por la doctrina, no por el vestido; por la conducta, no por el hábito; por la pureza de mente, no por los aderezos exteriores" (PL 50,431).

Al inicio del 2º milenio cristiano, san Bernardo tuvo que clamar también para sus hermanos de religión poniendo el grito en el cielo. “Me pasmo de que algunos abades de monasterios de nuestra Orden quebranten con odiosas contenciones esta regla de humildad y (...) se apropian de las insignias pontificales, usando también, al modo de los obispos, mitra, anillo y sandalias (...) ¿con cuánto oro te parece que pretenderían conseguir el ser llamados obispos?" (…) Pedro de quien no se sabe que saliese jamás adornado de piedras o de sedas, ni cubierto de oro, ni llevado en blanco caballo, ni acompañado de tropa, ni cercado de ruidoso séquito de ministros... En esto habéis sucedido no a Pedro sino a Constantino". (Obras completas (II). BAC, 1955, p. 705).

"Mas claman los desnudos, los famélicos se quejan diciendo: Decid, pontífices ¿qué hace el oro en el freno? Por ventura aparta el oro del freno el frío o el hambre? (...) Andan los mulos cargados de piedras preciosas (…) Sortijas, cadenas, campanillas, correas claveteadas y muchas cosas semejantes, tan hermosas en sus colores como preciosas por su peso, van colgando de las cervices de los mulos" (san Bernardo, ibid, p.685).

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