La vida consagrada
No dudo en absoluto de la importancia y necesidad de estos hombres
y mujeres que dejando sus tareas en este mundo de Dios, se encierran en
monasterios o conventos para servir al Dios de este mundo. Pero desde el
Concilio Vaticano II, se recupera la llamada universal a la santidad, olvidada
durante muchos siglos, tal como enseña Jesús y recogen los evangelios. El
reduccionismo de los siglos pasados negaba que l@s laic@s o seglares (l@s no
religios@s) pudieran ser sant@s; no se atrevían a afirmar que no podían
salvarse. Era un error que el Espíritu Santo ha querido ahora borrar de la
Iglesia, si le dejamos, claro.
Como recuperaban los padres conciliares la llamada universal a la
santidad –como Dios quiere- muchas veces Juan Pablo II lo estuvo recordando a
su estilo que explicaba que la santidad y la misión apostólica de la Iglesia no
es cosa de un@s poc@s sino de tod@ bautizad@. Lo mismo siguió recordando
Benedicto XVI y ahora lo hace Francisco.
La vida religiosa es la de quienes imitan a Cristo en los dos
últimos años y medio (aprox) de su vida, cuando dejó el taller de Nazaret para ir a corretear
por toda Palestina predicando, curando enfermos, etc. Jesús no había estado
perdiendo el tiempo en los anteriores treinta y pico años en Nazaret, y por eso son
buen@s cristian@s quienes, como él, se pasan la vida trabajando en una
profesión, atendiendo los deberes familiares y los sociales.

Pero el Espíritu Santo, a través del Concilio Vaticano II, decretó
la reforma de la Iglesia, o sea de sus personas, de sus instituciones, de sus
planes y proyectos, todo simplemente humano y por tanto, mejorable,
perfeccionable y esperando los cambios necesarios para esa verdadera mejora.
Dicen los clásicos que “Ecclesia semper
reformanda”.
La idea conciliar de reformar la Iglesia se tradujo en pedir que cada bautizad@ y cada institución se reformara para
limpiar el polvo del camino, para recuperar con todo su brillo el carisma
propio que les concedió el Espíritu Santo. Pero además el Espíritu venía proponiendo ya antes del
Concilio abrir nuevos cauces jurídicos para la tarea evangelizadora y
apostólica de l@s bautizad@s que no se les tiene que “hacer pasar por
el tubo” jurídico exigiéndoles pasar al estado religioso (monjes, frailes,
monjas,…), dejar de ser seglares o laicos que quiere decir dejar de estar en el siglo, o sea abandonar el mundo, incluso se han de cambiar el nombre de pila que le
pusieron sus padres al nacer. Y si no pueden exactamente ser religios@s, se les
hace imitarl@s metiéndol@s jurídicamente en las llamadas “terceras órdenes” que se tienen para l@s laic@s. Y quien tampoco pueda con eso, que juegue a ser religios@, que viva como si lo fuera usando por supuesto signos distintivos que demuestren que no son personas normales.
Un ejemplo claro de ello fue los que le ocurrió a Ángela de Mérici (†1540
con 66 años) quien, después de 20 años trabajando como sirvienta, fundaba las
Ursulinas, la primera institución femenina dedicada a la enseñanza, que
revolucionaba lo que se hacía siempre y se dedicaba a la enseñanza de niñas
pobres. Todavía entonces la educación era sólo para los hombres de familias
distinguidas y que se preparaban para la milicia o la diplomacia. Ángela anticipó
un nuevo modo de vida en la Iglesia: una Comunidad de mujeres seglares, sin
votos ni hábito; vírgenes en el mundo aunque san Carlos Borromeo, muy amigo de
la uniformidad, les “aconsejó” después que adoptaran las normas conventuales.
Acabó teniendo que ser terciaria que era la modalidad jurídica medieval de
vivir y vestir como si fueran religios@s sin serlo.
Catalina Volpicelli (†1894 con 55 años), canonizada en 2009, napolitana
fundadora de las Esclavas del Sagrado Corazón que son mujeres en
Indonesia, Italia, Brasil y Panamá. Caterina no quiso que las hermanas de su
comunidad vistieran hábito: "porque
vuestro signo visible debe ser el testimonio de vida. Debéis adaptar el hábito
a los tiempos y los lugares". Al fallecer (18 diciembre), León XIII
dijo: “Ha muerto una santa, una santa”.
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Encuentro mundial en 2011 de los IS |
Los Institutos seculares fue la solución jurídica que dio Pío XII
para las mujeres apóstoles que por ello no necesitan ser monjas. En 2007
celebraron el 60º aniversario, cuando la Conferencia mundial de IS estaba
formada por 160 institutos femeninos, 7 masculinos, 15 sacerdotales y 1 mixto.
La presidenta Ewa Kusz dijo que son como la levadura y la sal que no se ven
pero los frutos están donde viven. Citó la carta a Diogneto (lo que el alma
para el cuerpo) para definir su vocación. Estas referencias de Kusz para los IS
son las propias y apropiadas de los laicos, ese 90% restante (¿?) de fieles de
la Iglesia que no son “monjas” ni “curas”.
Francisco, en la homilía de la misa diaria en santa Marta, en la fiesta
de san Antonio abad, el del desierto, pedía no ser cristianos “perezosos”, estacionados
en la Iglesia y de paso aclaró: “cuando digo cristianos, me refiero a los
laicos, a los sacerdotes, a los obispos, a todos”.
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En la Jornada de 2018, la
XXII, decía en la homilía de aquel 2 de febrero: Mirémonos
a nosotros, queridos hermanos y hermanas consagrados. Todo comenzó gracias al
encuentro con el Señor. De un encuentro y de una llamada nació el camino de la
consagración. Es necesario hacer memoria de ello.
La vida consagrada nace y
renace del encuentro con Jesús tal como es: pobre, casto y obediente (…) «sin peros ni excusas» (…) la vida
consagrada deja las riquezas (…) la vida consagrada libera el afecto de toda
posesión para amar completamente a Dios y a los demás (…) la vida consagrada
elige la obediencia humilde como la libertad más grande.
En la Jornada de 2014
había dicho que A la luz de esta escena evangélica miremos
a la vida consagrada como un
encuentro con Cristo: es Él quien viene a nosotros, traído por María y José, y
somos nosotros quienes vamos hacia Él, conducidos por el Espíritu Santo (…) Él
nos atrae al Templo, a la Iglesia, donde podemos encontrarle, reconocerle,
acogerle y abrazarle. Jesús viene a nuestro encuentro en la Iglesia a través
del carisma fundacional de un Instituto.
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