dijous, 4 d’octubre del 2018

MIRANDO A FRANCISCO DE ASÍS

De la espiritualidad franciscana


Cada 4 de octubre se hace memoria del “poverelo”, de Francisco de Asís (†1226 con 44 años), de quien toma su nombre el cardenal arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio cuando fue elegido como sucesor del dimitido Benedicto XVI, aquel 13 de marzo de 2013, ante la sorpresa monumental del mundo entero. El mismo Bergoglio explicó que tomaba ese nombre por Francisco de Asís y no por los Franciscos jesuitas de Borja o de Javier.

Francisco era hijo de Madonna Pica y Pietro Bernardone, un rico mercader de paños que le llamaba cariñosamente francesco (francesito) pues nació mientras él estaba de viaje profesional por Francia; en el bautismo se le puso el nombre de Juan.

De joven fue militar y actuó en la guerra entre Perusa y Asís, pero a los 24 años, en la iglesia de san Damián oyó 3 veces que le hablaba el crucifijo y empezó su nueva vida. Abandonó su frivolidad y sus amistades anteriores. A los 26, mientras oía misa en la Porciúncula, escuchó el pasaje evangélico del envío de los discípulos en misión y descubrió su vocación evangélica y apostólica. Empezó a predicar la paz, la igualdad entre los hombres, el alejamiento de la riqueza, la dignidad de la pobreza, el amor a todas las criaturas y la venida del Reino de Dios.

Entonces se le unieron los 3 primeros compañeros: Bernardo de Quintavalle, Pedro Cattani y Gil de Asís, con quienes nacía la 1ª Orden Franciscana (Frailes Menores, OFM) al inicio del 2º milenio, siendo una nueva manera de vivir la vida religiosa como “mendicantes”, que cambiaban el monasterio en el yermo por el convento en la ciudad y vivían sin el compromiso del coro para dedicarse a la predicación.

Francisco apenas si escribió e incluyó específicamente para sus frailes solamente las normas dadas por Cristo a sus apóstoles cuando los envió a predicar (Lc 9 y 10) y que perpetúan las Órdenes mendicantes. La pobreza (despego de los bienes terrenos) -sabía muy bien cuánto cuesta el dinero-, que prepara para la humildad (desprecio y olvido del yo y sumisión a toda criatura) y ambas miran a la caridad fraterna y se sitúa a Dios como Ser supremo, trascendente, altísimo, que se comunica a las criaturas por puro amor, manifestándose como Padre de bondad infinita.

Otro rasgo de su espiritualidad franciscana es la sencillez que es candor sapiencial, sinceridad y rectitud interior, desprecio de la vanagloria, odio a la simulación e hipocresía. También es propio de los franciscanos el abandono y confianza absolutos en la divina providencia que conlleva un sentimiento de optimismo general ante la vida, un anhelo de paz universal y un esfuerzo perseverante por llevarla a todo el mundo.

La escuela franciscana con la tomista fueron los pilares de la Escolástica y del patrimonio filosófico y teológico que se quiere tener como perennemente válido. Cuando llegaron a la Universidad la encontraron penetrada totalmente por la tradición patrístico-agustiniana (filosofía platonismo) pero empezando a introducirse el aristotelismo, tanto en su versión averroísta heterodoxa como con el concordismo tomista. La mayoría serán defensores del tradicional agustinismo frente al moderno aristotelismo tomista, en buena parte por desconfiar de ese sistema aristotélico que veían pagano y que en algunos aspectos parecía contradecir cosas del cristianismo imperante.

En la Orden ha habido siempre libertad intelectual y respeto a la personalidad pero hay quien piensa que se puede hablar de una sola escuela franciscana constituida por Buenaventura y perfeccionada por Escoto.

Francisco de Asís fue “un verdadero pobre de Dios” a quien en nuestra era es reconocido hasta por los ecologistas como un hombre de este tiempo por amor a las criaturas de Dios, hombres, animales y plantas que le sitúa como atalaya del ecologismo del que se hace actualmente eco el Papa argentino.

Francisco frecuentaba lugares solitarios para rezar lamentándose y llorando por sus pecados y su oración fue escuchada. Un día se le apareció Jesús crucificado que le dijo: “Francisco, repara mi Iglesia pues ya ves que está en ruinas”.

Más adelante, orando en la iglesia de san Damián, en las afueras de Asís, el crucifijo le repitió tres veces el repara mi Iglesia. Como vio que ese templo o capilla estaba en muy mal estado, creyó que el Señor le pedía que lo reparara materialmente y puso manos a la obra. Tomó muchos tejidos de la tienda de su padre y los vendió junto con su caballo y ese dinero se lo entregó al sacerdote encargado de san Damián.

El papa Francisco se sabe llamado por el Señor a algo parecido, tal como le pidieron los cardenales que le eligieron. Pero no es reparar materialmente un templo o los edificios del Vaticano, sino reformar sin tiempo que perder, pacífica, prudente y justamente el interior de la Iglesia en sus estructuras y en sus fieles, tanto clérigos como laicos.

Jorge M. Bergoglio también sintoniza con el “poverelo” en su amor misericordioso, no solo con los humanos, especialmente los más necesitados, los pobres, los desechados, los maltratados, sino el amor a la creación entera, al universo que es obra de Dios Creador. Así lo deja escrito en su encíclica “Alabado sea” (Laudato si, LSi) de mayo 2015 llamada “verde” por su contenido ecológico:

«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos (LSi, 1).

Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad (...) Él manifestó una atención particular hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado (LSi, 10).

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