De la espiritualidad franciscana
Cada 4 de octubre se hace memoria del “poverelo”, de Francisco de
Asís (†1226 con 44 años), de quien toma su nombre el cardenal arzobispo de Buenos
Aires Jorge Mario Bergoglio cuando fue elegido como sucesor del dimitido
Benedicto XVI, aquel 13 de marzo de 2013, ante la sorpresa monumental del mundo
entero. El mismo Bergoglio explicó que tomaba ese nombre por Francisco de Asís
y no por los Franciscos jesuitas de Borja o de Javier.
Francisco era
hijo de Madonna Pica y Pietro Bernardone, un rico mercader de paños que le
llamaba cariñosamente francesco
(francesito) pues nació mientras él estaba de viaje profesional por Francia; en
el bautismo se le puso el nombre de Juan.
De joven fue militar y actuó
en la guerra entre Perusa y Asís, pero a los 24 años, en la iglesia de san
Damián oyó 3 veces que le hablaba el crucifijo y empezó su nueva vida. Abandonó
su frivolidad y sus amistades anteriores. A los 26, mientras oía misa en la
Porciúncula, escuchó el pasaje evangélico del envío de los discípulos en misión
y descubrió su vocación evangélica y apostólica. Empezó a predicar la paz, la
igualdad entre los hombres, el alejamiento de la riqueza, la dignidad de la
pobreza, el amor a todas las criaturas y la venida del Reino de Dios.
Entonces se le unieron los 3
primeros compañeros: Bernardo de Quintavalle, Pedro Cattani y Gil de Asís, con
quienes nacía la 1ª Orden Franciscana (Frailes Menores, OFM) al inicio del 2º
milenio, siendo una nueva manera de vivir la vida religiosa como “mendicantes”,
que cambiaban el monasterio en el yermo por el convento en la ciudad y vivían
sin el compromiso del coro para dedicarse a la predicación.
Francisco apenas si escribió e incluyó específicamente para sus
frailes solamente las normas dadas por Cristo a sus apóstoles cuando los envió
a predicar (Lc 9 y 10) y que perpetúan las Órdenes mendicantes. La pobreza
(despego de los bienes terrenos) -sabía
muy bien cuánto cuesta el dinero-, que prepara para
la humildad (desprecio y olvido del yo y sumisión a toda criatura) y ambas miran
a la caridad fraterna y se sitúa a Dios como Ser supremo, trascendente,
altísimo, que se comunica a las criaturas por puro amor, manifestándose como
Padre de bondad infinita.
Otro rasgo de su espiritualidad franciscana es la sencillez que es
candor sapiencial, sinceridad y rectitud interior, desprecio de la vanagloria,
odio a la simulación e hipocresía. También es propio de los franciscanos el
abandono y confianza absolutos en la divina providencia que conlleva un
sentimiento de optimismo general ante la vida, un anhelo de paz universal y un
esfuerzo perseverante por llevarla a todo el mundo.
La escuela franciscana con la tomista fueron los pilares de la
Escolástica y del patrimonio filosófico y teológico que se quiere tener como perennemente
válido. Cuando llegaron a la Universidad la encontraron penetrada totalmente
por la tradición patrístico-agustiniana (filosofía platonismo) pero empezando a
introducirse el aristotelismo, tanto en su versión averroísta heterodoxa como
con el concordismo tomista. La mayoría serán defensores del
tradicional agustinismo frente al moderno aristotelismo tomista, en buena parte
por desconfiar de ese sistema aristotélico que veían pagano y que en algunos
aspectos parecía contradecir cosas del cristianismo imperante.
En
la Orden ha habido siempre libertad intelectual y respeto a la personalidad
pero hay quien piensa que se puede hablar de una sola escuela franciscana constituida
por Buenaventura y perfeccionada por Escoto.
Francisco de
Asís fue “un verdadero pobre de Dios” a quien en nuestra era es reconocido
hasta por los ecologistas como un hombre de este tiempo por amor a las
criaturas de Dios, hombres, animales y plantas que le sitúa como atalaya del
ecologismo del que se hace actualmente eco el Papa argentino.
Francisco
frecuentaba lugares solitarios para rezar lamentándose y llorando por sus
pecados y su oración fue escuchada. Un día se le apareció Jesús crucificado que
le dijo: “Francisco, repara mi Iglesia pues ya ves que está en ruinas”.
Más
adelante, orando en la iglesia de san Damián, en las afueras de Asís, el
crucifijo le repitió tres veces el repara mi Iglesia. Como vio que ese
templo o capilla estaba en muy mal estado, creyó que el Señor le pedía que lo
reparara materialmente y puso manos a la obra. Tomó muchos tejidos de la tienda
de su padre y los vendió junto con su caballo y ese dinero se lo entregó al
sacerdote encargado de san Damián.
El papa Francisco se sabe llamado
por el Señor a algo parecido, tal como le pidieron los cardenales que le
eligieron. Pero no es reparar materialmente un templo o los edificios del
Vaticano, sino reformar sin tiempo que perder, pacífica, prudente y justamente el
interior de la Iglesia en sus estructuras y en sus fieles, tanto clérigos como
laicos.
Jorge M. Bergoglio también
sintoniza con el “poverelo” en su amor misericordioso, no solo con los humanos,
especialmente los más necesitados, los pobres, los desechados, los maltratados,
sino el amor a la creación entera, al universo que es obra de Dios Creador. Así
lo deja escrito en su encíclica “Alabado
sea” (Laudato si, LSi) de mayo 2015 llamada “verde” por su contenido
ecológico:
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san
Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común
es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una
madre bella que nos acoge entre sus brazos (LSi, 1).
Francisco es el ejemplo por excelencia del
cuidado de lo que es débil y de una ecología integral, vivida con alegría y
autenticidad (...) Él manifestó una atención particular hacia la creación de
Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era amado (LSi, 10).
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