dijous, 13 de setembre del 2018

LA FUERZA DE LA SANGRE HUMANA

La sangre de Cristo derramada en la cruz




Cada 14 de septiembre se celebra la fiesta litúrgica de La Exaltación de la Santa Cruz, al día siguiente de la dedicación de la basílica de la Resurrección de Jerusalén, erigida sobre el sepulcro de Cristo. Se venera como el trofeo pascual de su triunfo. Día para honrar la cruz redentora en la que con su sangre, Cristo rubricó la redención del género humano.

A principios del siglo VII los persas saquearon Jerusalén y se apoderaron de las reliquias de la Santa Cruz, que serían recuperadas pocos años más tarde por el emperador Heraclio. Cuenta una piadosa tradición que, vestido con las insignias de la realeza, quiso llevar en procesión para su exaltación la Cruz hasta su primitivo lugar en el Calvario, pero su peso se fue haciendo más y más insoportable. Zacarías, el obispo de Jerusalén, le hizo ver que debía despojarse de sus vestidos reales e imitar la pobreza y humildad de Jesús. Heraclio, con pobres vestidos y descalzo, pudo así llevar la Cruz hasta la cima del Gólgota.

En algunos lugares como Valencia, cada 1 de julio se celebra La Preciosísima Sangre de Cristo, fiesta instaurada por Pío IX (beato) en su refugio de Gaeta aunque suprimida del calendario universal en la reforma litúrgica de 1969 por estar asimilada en la ahora bien denominada solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, aunque el pueblo fiel sigue hablando sólo “del Corpus”.

Es muy interesante la prédica que el capuchino fray Raniero Cantalamessa, predicador de la casa pontificia, hizo en su día ante Juan Pablo II y los cardenales, arzobispos, obispos, monseñores, etc., presentes en la capilla vaticana. Está recogida en La Eucaristía, nuestra santificación. EDICEP (2ª ed). Valencia 1999 (IV, 1 y 2, pp 49-61) de donde entresaco algunas consideraciones concretas.

Se está recuperando –dice fray Raniero- desde el Vaticano II la atención en la sangre de Cristo que venía olvidándose en estos últimos siglos a pesar de que Cristo mismo nos dice: “Tomad y bebed todos de él, ésta es mi sangre”. Jesús en Cafarnaúm, prometiendo la Eucaristía, dijo: “Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros”. Y añade que “mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 53.55).

San Pablo testimonia la praxis inicial en 1Co 10, 16: el cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? San Agustín, 4 siglos después, enseña en la catequesis eucarística a los neófitos: “bebed vuestro precio” (Sermones, 3,3).
La pregunta brota por sí sola: ¿Por qué no podemos beberla todos?

La sangre –dice Cantalamessa- no es simplemente una parte del cuerpo. En la Biblia y para Jesús tiene un significado distinto. El Aquinate entendía que en “este Sacramento se celebra en memoria de la pasión del Señor…. Pero la pasión se representa mejor con la sangre… por tanto habría que abstenerse mejor del cuerpo que de la sangre” (STh III, q76, a2 y q80, a12, Sed contra).

Muerto Jesús en la cruz, según cuenta Ana C. Emmerich, Longinos fue quien atravesó el costado de Cristo; tenía 25 años, algo débil y con graves problemas en la vista. Sintió compasión por las mujeres que acompañaban a Jesús en el Gólgota y quiso demostrarles que ya estaba muerto y que ya no sufría. Al retirar la lanza brotó mucha agua y sangre que le mojaron, como un bautismo, lo mismo que a las mujeres. La Virgen y Magdalena recogieron esa sangre en vasijas. En ese momento Longinos se arrodilló, reconoció la divinidad de Jesús y pidió perdón por sus pecados. Según la tradición, Longinos dejó el ejército y se fue a Capadocia donde fue martirizado. La lanza, conservada en Constantinopla, fue un regalo del sultán Bayaceto al papa Inocencio VIII; hoy está en la basílica de san Pedro de Roma, sobre la hornacina para la que Bernini esculpió su mármol. Los testimonios o apariciones particulares no son dogmas de fe y por tanto puede que se crean o que no.

José de Arimatea, judío rico e ilustre, discípulo de Jesús, que aguardaba el reino de Dios, fue quien pidió a Pilato el cuerpo de Jesús y le dejó su sepulcro del todo nuevo. Muchas leyendas se han escrito acerca de su posible viaje a Inglaterra llevando consigo la sangre de Cristo que brotó con la lanzada y la búsqueda del vaso que la contenía, el llamado Santo Grial.

No tiene que crear desazón pensar que efectivamente la Redención la lleva a cabo Cristo derramando su sangre y no con referencia a su cuerpo pues el derramamiento de sangre es un signo inequívoco de entrega para todas las civilizaciones habidas y por haber.

Trento sólo condenó de los utraquistas y calixtinos el que enseñasen que Cristo no está presente todo entero bajo ninguna de las dos especies (Dz-Sch 1726-1734). Los utraquistas son los discípulos de Juan Huss (+1415 con 45 años), conocidos como husitas) que seguían comulgando con las dos especies. Huss era sacerdote, teólogo y rector de la Universidad Carolina de Praga. En latín utraque significa una y otra especies, ambas. 

Juan Pablo II pidió también perdón en Chequia por el trato anticristiano que se le dio a Huss ya que fue quemado en la hoguera y pidió revisar los informes. Fue en 1621, cuando se suprimió definitivamente el rito de la comunión con las dos especies en la iglesia romana. Otra triste consecuencia más -apuntaba Cantalamessa- de la división entre los cristianos.

Sta Catalina de Siena decía: “Ahogaos en la sangre de Cristo crucificado, y bañaos en su sangre, embriagaos de su sangre, revestíos de su sangre… en el calor de la sangre disolved la tibieza” (Carta 102). Una oración devocional conocida –seguía diciendo fray Cantalamessa- reza “Alma de Cristo, santifícame… sangre de Cristo embriágame”. El himno eucarístico compuesto por el Aquinate, conocido como Adorote devote, no deja de referirse a la sangre de la que una sola gota puede darnos la salvación.

Si la marca con sangre de unos corderos en el dintel de las puertas –dice san Ambrosio- hizo que el ángel exterminador no atacara en las casas marcadas, ¡cómo no huirá de las almas ensangrentadas con la sangre de Cristo!

El propio Dios nos va dando testimonios de su voluntad. Traigo unos pocos casos sacados del santoral o martirologio romano.

San Armengol (+1035), obispo de la Seo de Urgell, certificó el milagro eucarístico ocurrido en la parroquia de la Santa Duda de Ivorra donde el párroco Bernat Oliver dudaba de la presencia real de Cristo en la eucaristía. En la diócesis de Solsona, donde se conserva la bula papal, en 2010 se celebró año jubilar en el milenario de su nombramiento; con una sorprendente afluencia a este lugar rural en el corazón de Catalunya.

Los santos corporales de Daroca (Aragón) envuelven seis Formas consagradas, tintadas de sangre y pegadas al corporal. En 1238, cerca de Luchente, a 17 kilómetros de la población valenciana de Xátiva. mientras el capellán, don Mateo Martínez, rector de la parroquia de San Cristóbal de Daroca, celebraba Misa, inmediatamente después de la consagración, se desencadenó un repentino ataque de los moriscos, que obligó a todo el ejército cristiano a salir corriendo, y el capellán ocultó las seis Formas, envueltas en los corporales, bajo unas piedras, para evitar que pudieran ser profanadas. Y al ir a rescatarlas, las encontró tintadas en sangre y pegadas a los corporales. De allí llegaron a Daroca por un avatar sobrenatural con la mula que los transportaba; fue donde se paró y no siguió caminando.

En la italiana población de Bolsena se produjo el milagro de que la Sagrada Forma también chorreó y empapó los corporales con sangre de Cristo. Eran tiempos del papa Urbano IV que por entonces tenía la corte en Urbieto, cerca de Bolsena.

En 1411 un sacerdote, mientras celebraba Misa en el santuario de Ludbreg, en la diócesis croata de Varazin, vio convertirse el vino eucarístico en sangre, entendiendo lo de la transustanciación. Benedicto XVI, en su viaje pastoral a Zagreb, hizo una referencia a ello y para la clausura del año jubilar (4-IX-2011) envió como representante suyo al cardenal Jozef Tomko, emérito de la Congregación para la evangelización de los pueblos.

La imagen de la Virgen Negra de Czestochowa tiene en su cuello un corte propinado por un soldado tártaro cuando ese pueblo invadía Europa en el s XIII y además tiene dos rasguños en la mejilla propinados por los husitas en 1430 cuando atacaron el monasterio donde se veneraba. Estudios científicos actuales demuestran que la sangre de tales cicatrices es realmente humana y no trazos de pintura.

De la “sábana santa” de Turín y del sudario de Oviedo, se puede afirmar que los científicos han confirmado que están ensangrentados con sangre humana.

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