dilluns, 17 de setembre del 2018

¿DIACONISAS EN LA IGLESIA?

¿Inventarlas o recuperarlas?



El Espíritu Santo regala a los humanos sus dones (que los teólogos dicen ser 7) necesarios para saber la verdad verdadera de qué son y para qué sirven las cosas creadas, o sea, los vegetales, los animales y el hombre que es animal racional … las cosas creadas tanto por Dios como por el hombre.

Una de las cosas “creadas” por el hombre es la distribución de tareas y asignación de funciones y en la Iglesia el diaconado entre otras muchas (muchísimas) cosas.

El papa Francisco “sorprendió” (otra vez) en la audiencia en el aula de Pablo VI con unas 900 superioras religiosas que tenían esos días en Roma un congreso para hablar de sus cosas. Ante la sugerencia de alguna, Borgoglio dijo que le parecía “de cajón” pensar en el trato que se viene dando a las mujeres en la Iglesia y que le gustaba la sugerencia de nombrar una Comisión que estudie el tema, centrándose (por ahora) en recuperar las diaconisas como hubo en la Iglesia primitiva durante unos cuantos siglos después del tiempo de los apóstoles.

Ya colgué un post en marzo de 2010 sobre “la mujer en la Iglesia” pues era de actualidad ya entonces y el papa Wojtyla escribió la Carta apostólica sobre la dignidad de la mujer el 15 de agosto de 1988, Año mariano en la Iglesia para celebrar el 2000 cumpleaños de la Madre de Dios, ya que, según la tradición, concibió a Jesús cuando tendría unos 13 años aprox. Ahí decía el papa Wojtyla:
En Jesucristo reconocemos sus actitudes hacia las mujeres; es sumamente sencillo y extraordinario si se considera el ambiente de su tiempo. Es algo universalmente admitido (…) que Cristo fue el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad. A veces esto provocaba estupor, sorpresa, incluso llegaba hasta el límite del escándalo; «se sorprendían» los mismos discípulos de Cristo.

En Betania con Marta y María 
Jesús no sólo “revoluciona” el trato con las mujeres israelitas, sin tonterías ni familiaridades libertinas, sino también con las extranjeras como la samaritana, la sirio-fenicia, etc.

Cristo no sólo iba con los “doce” sino que también estaban otros discípulos y las muchas mujeres que le acompañaban (cf Lc 8,2). Un día Jesús envió a otros setenta y dos (cf Lc 10,1) y -hasta ahora- suele pensarse que todos eran varones. Antes del domingo de Ramos, cuando Jesús subía desde Jericó, camino de Jerusalén, dice Mateo que tomó a parte a los “doce” (cf Mt 20,17) porque iba con otros y también con otras, entre ellas, la madre de los hijos de Zebedeo (cf Mt 20,20).

Seguimos leyendo a san Juan Pablo II en el mismo documento:
En Jesús no se encuentra nada que refleje la habitual discriminación de la mujer (…) por el contrario, sus palabras y sus obras expresan siempre el respeto y el honor debido a la mujer (…) Junto a Cristo se descubren a sí mismas en la verdad (...) se sienten «liberadas», reintegradas, amadas; su posición social se transforma.

Es un hecho incuestionable su existencia en los primeros siglos aunque en Occidente no tuvieron el mismo desarrollo que en Oriente pues a mediados del siglo V, el Sínodo I de Orange (can. 26), el de Epaone (can.21) y el II de Orleáns (can.18) prohibieron su existencia. Pasado el siglo XI habían desaparecido totalmente en Occidente. De la prohibición en el siglo V a la desaparición efectiva en el XI “solo” pasan 6 siglos (¡). Ese milenio de existencia no son cuatro días o cuatro años.

Ya san Pablo da testimonio de esta institución, citando a Febe, diaconisa de la iglesia de Cencreas (Rom 16,1). Las Constituciones Apostólicas (del año 380 aprox.) dicen que estaban consagradas, que estaban por encima de las viudas y se las compara al clero (CA 8, 19-20) sin que por ello deban jurídicamente considerarse pertenecientes al orden clerical. San Efrén ya decía que ni el diaconado masculino era un escalón del estado clerical. Los varones diáconos seguían siendo laicos con todas las letras. Alguien cambió las cosas. ¿Por qué no se pueden seguir cambiando con la intención de mejorar?

Consta que las diaconisas ayudaban en la pastoral femenina atendiendo mujeres enfermas y pobres que visitaban a domicilio (incluso llevándoles la Comunión). También las preparaban para el Bautismo y ayudaban en el rito de la inmersión y en aquellos ritos en que especialmente debe salvaguardarse el pudor, como por ejemplo, en unciones sobre el cuerpo o en exámenes corporales. Además acompañaban a las mujeres que querían hablar con el obispo o con el diácono. En las iglesias siríacas no calcedonianas tenían más amplias funciones pero nunca las del altar. ¿Por qué querrá alguien aferrarse a aquellos tiempos iniciales y no admite que surjan nuevas necesidades y nuevas funciones?

Su edad de oro fue el siglo IV y V. En tiempos del emperador Justiniano, por ejemplo en Constantinopla había 40 diaconisas junto a 100 diáconos y 60 sacerdotes.

Es evidente que el papel que Dios tiene pensado para la mujer, también en la Iglesia, no es solamente ser diaconisa pues hay muchas funciones eclesiales (no digo eclesiásticas) que deben poder realizar ellas sin requerirse ser diaconisas o consagradas. Ya dijo el Creador que “no es bueno que el hombre (varón) esté solo”.

Con la samaritana en el pozo de Sicar
El papa Francisco viene recordando en varias ocasiones que la Iglesia es pueblo de Dios, la componen tod@s l@s bautizad@s y no solo los clérigos, jerarcas o no, y es tarea de todos sacar la Iglesia adelante, cada uno desde su sitio y con sus capacidades.

En 2008, para celebrar el XX aniversario de la carta apostólica de Juan Pablo II sobre la dignidad de la mujer, Benedicto XVI escribió a su vez otra en la que, entre otras cosas, recordaba:
El tema sobre el que estáis reflexionando es de gran actualidad: desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, el movimiento de valoración de la mujer en los diversos ámbitos de la vida social ha suscitado innumerables reflexiones y debates.
(…) Ciertamente, se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y el dato de las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo la identidad femenina, sino también la masculina, también ella a menudo objeto de reflexiones parciales e ideológicas.

Ya un año antes, en una catequesis (Audiencia general 14-II-2007) centraba nuestra atención en las numerosas figuras femeninas que desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio. No se puede olvidar su testimonio.
(…) Sólo puedo mencionar brevemente a las que se encontraron en el camino de Jesús mismo, desde la profetisa Ana (cf. Lc 2, 36-38) hasta la samaritana (cf Jn 4, 1-39), la mujer siro-fenicia (cf. Mc 7, 24-30), la hemorroísa (cf. Mt 9, 20-22) y la pecadora perdonada (cf. Lc 7, 36-50). Y no hablaré de las protagonistas de algunas de sus eficaces parábolas, por ejemplo, la mujer que hace el pan (Mt 13, 33), la que pierde la dracma (Lc 15, 8-10) o la viuda que importuna al juez (Lc 18, 1-8). Para nuestra reflexión son más significativas las mujeres que desempeñaron un papel activo en el marco de la misión de Jesús.
(…) Además, encontramos a varias mujeres que de diferentes maneras giraron en torno a la figura de Jesús con funciones de responsabilidad.


A primeros de agosto de 2016 Francisco creó una Comisión con 6 varones y 6 mujeres para estudiar esta realidad eclesial tal como fue en el pasado y como podría ser en el futuro (¿inmediato?). La sugerencia hecha por el papa Francisco no es algo que se le haya ocurrido de la noche a la mañana. Quien(es) se ponga(n) nervioso(s) con la noticia será(n) un(os) hipócrita(s) fariseo(s), hoy como los de ayer y los de siempre.

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