Las puertas del infierno no podrán contra ella (Mateo 16, 8).

Es más, cada vez que
hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al
Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas,
espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo,
en definitiva, sin vida”.
El diálogo conciliador y no el acallar no es
solamente con el mundo sino que también empieza a entrar en la vida interna de
la Iglesia, de puertas hacia dentro. Parece que -gracias a Dios- se va
superando la anterior actitud eclesiástica con la que no tenían que hablar con
nadie (ya que solo ellos lo saben todo). Se estuvo durante siglos silenciando a
rajatabla todo lo malo que cometían los hombres o mujeres de Iglesia, amparados
en la falacia de que la Iglesia es santa. En las biografías medievales de l@s
sant@s, lo normal es leer que no mamaban los viernes por mortificación, que nunca
habían roto un plato y así.

Pablo VI (†1978 con 81 años),
que será canonizado por Francisco en X-2018, manifestó su certeza de que “el Señor me ha llamado y me ha puesto a este servicio no tanto para que
salve a la Iglesia, sino para que sufra algo por la Iglesia. Y quede claro que Él, y no otros, es quien
la guía y la salva”. A buen entendedor, pocas. El Papa Montini recordó que el Espíritu Santo, a
través del Concilio Vaticano II, había puesto en claro que la correcta conducta
cristiana es la misma que la de Cristo y por eso la Iglesia tiene que vivir en
diálogo con todos, con ese diálogo que, en su Encíclica programática “Ecclesiam
suam”, calificó “diálogo de salvación” con tres círculos.
Este diálogo que
también tiene que estar en la vida interna de la Iglesia, hizo que Juan Pablo II replanteara -entre otros casos más- la verdad sobre el caso de fray
Jerónimo Savonarola y dos compañeros dominicos más que la Inquisición ajustició
en la hoguera de la plaza de la Signora de Florencia el 23 mayo 1498. Antes se
les había ahorcado, previa degradación pública por parte del obispo de Vassona,
Benito Pagagnoti, delegado del papa Alejandro VI para esa ocasión. Era la
sentencia para unos teólogos a los que se les achacaba que "disentían del
Magisterio” pero no estaba en juego ninguna verdad del depósito de la fe, sino
lo político, lo coyuntural.
Savonarola había entrado en la política proponiendo
una teocracia democrática para ciudad de Florencia desde la expulsión en 1493
los Médicis, logrado con el apoyo francés. Así se enemistó con los franceses y
con el Papa que le prohibió predicar aunque él seguía fustigando a los Médicis
desde la catedral. Para ganárselo, el Papa le ofreció el capelo cardenalicio
pero Savonarola lo despreció y, por ello, centró sus críticas sobre los vicios
de la corte papal. El juicio condenatorio inquisitorial resultó una farsa y a
los jueces (uno era el obispo de Lleida, Francisco Remolino) les resultó
difícil sentenciar. La condena se hizo al día siguiente.
Con Juan Pablo II parece
superada la anterior actitud eclesial que solía silenciar los hechos negativos, notorios y públicos como la Inquisición y sólo condenaba a los demás alegando,
cuando era el caso, que se habían portado peor. El espíritu cristiano se desnaturaliza con la actitud de no querer reconocer lo malo y limitarse a
decir "¡y tú peor!".

San Pablo II enseñaba que el
buen cristiano debe hacerse todo para todos que supone saber ajustarse a las distintas
mentalidades, distintas filosofías, distintas religiones. Hay que aprender a
decir a cada uno lo que puede entender para hacerse oír. No es correcto exigir
a los demás obediencia ciega que lamentablemente se ha practicado largos
siglos.
En el aniversario de su
nacimiento (12 marzo) el papa Francisco citó a Juana de Arco como santa que fue
quemada viva por ser condenada por hereje por los hipócritas y doctores. Así
mismo se refirió a Rosmini, otro maltratado –todos sus libros al índice, pecado
leerlos, y hoy es beato.

En octubre de 1998 el
Vaticano organizó un Simposio afrontando un estudio serio y exhaustivo de la
Inquisición, aquella institución eclesiástica del siglo XIII, el Santo Oficio,
formada por una red de tribunales cuyos jueces estaban investidos de la
jurisdicción papal en materias contra la fe.
La correcta actitud
evangélica evita considerar delito la opinión y el disenso y, en caso
contrario, aunque no sea la manera más acertada, brota la protesta al no encontrarse
ni un resquicio para el diálogo interno, sincero e incondicionado.

“A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio” (EvG, 40).
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