Las puertas del infierno no podrán contra ella (Mateo 16, 8).
Ante la actual potente crisis
de la Iglesia por las acusaciones de la pederastia por parte de clérigos y el
encubrimiento que prestaban los obispos, Francisco ha escrito una Carta al
Pueblo de Dios, a todos los fieles, sean clérigos o laicos, donde recuerda que
“es
imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la participación
activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios.
Es más, cada vez que
hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas élites al
Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones teológicas,
espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin rostro, sin cuerpo,
en definitiva, sin vida”.
El diálogo conciliador y no el acallar no es
solamente con el mundo sino que también empieza a entrar en la vida interna de
la Iglesia, de puertas hacia dentro. Parece que -gracias a Dios- se va
superando la anterior actitud eclesiástica con la que no tenían que hablar con
nadie (ya que solo ellos lo saben todo). Se estuvo durante siglos silenciando a
rajatabla todo lo malo que cometían los hombres o mujeres de Iglesia, amparados
en la falacia de que la Iglesia es santa. En las biografías medievales de l@s
sant@s, lo normal es leer que no mamaban los viernes por mortificación, que nunca
habían roto un plato y así.
El buen trigo desde el primer
momento ha tenido que vivir entre la cizaña y una variante de la cizaña es la Gnosis que, siglo tras siglo sigue estando
presente también dentro de la Iglesia. Dicen disfrutar del saber total,
únicamente ellos, unos pocos privilegiados, son los que conocen la verdad, toda
la verdad y nada más que la verdad. Dice el papa Francisco en “Alegraos y
regocijaos” (Gaudete et exúltate, GetEx) que “Los «gnósticos» (…) prefieren «un Dios sin Cristo, un Cristo sin
Iglesia, una Iglesia sin pueblo»” (GetEx, 37). “El gnosticismo es una de las peores ideologías, ya que (…) considera
que su propia visión de la realidad es la perfección (GetEx, 40). “Cuando alguien tiene respuestas a todas las
preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un
falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus
elucubraciones psicológicas y mentales” (GetEx, 41).
Pablo VI (†1978 con 81 años),
que será canonizado por Francisco en X-2018, manifestó su certeza de que “el Señor me ha llamado y me ha puesto a este servicio no tanto para que
salve a la Iglesia, sino para que sufra algo por la Iglesia. Y quede claro que Él, y no otros, es quien
la guía y la salva”. A buen entendedor, pocas. El Papa Montini recordó que el Espíritu Santo, a
través del Concilio Vaticano II, había puesto en claro que la correcta conducta
cristiana es la misma que la de Cristo y por eso la Iglesia tiene que vivir en
diálogo con todos, con ese diálogo que, en su Encíclica programática “Ecclesiam
suam”, calificó “diálogo de salvación” con tres círculos.
Este diálogo que
también tiene que estar en la vida interna de la Iglesia, hizo que Juan Pablo II replanteara -entre otros casos más- la verdad sobre el caso de fray
Jerónimo Savonarola y dos compañeros dominicos más que la Inquisición ajustició
en la hoguera de la plaza de la Signora de Florencia el 23 mayo 1498. Antes se
les había ahorcado, previa degradación pública por parte del obispo de Vassona,
Benito Pagagnoti, delegado del papa Alejandro VI para esa ocasión. Era la
sentencia para unos teólogos a los que se les achacaba que "disentían del
Magisterio” pero no estaba en juego ninguna verdad del depósito de la fe, sino
lo político, lo coyuntural.
Savonarola había entrado en la política proponiendo
una teocracia democrática para ciudad de Florencia desde la expulsión en 1493
los Médicis, logrado con el apoyo francés. Así se enemistó con los franceses y
con el Papa que le prohibió predicar aunque él seguía fustigando a los Médicis
desde la catedral. Para ganárselo, el Papa le ofreció el capelo cardenalicio
pero Savonarola lo despreció y, por ello, centró sus críticas sobre los vicios
de la corte papal. El juicio condenatorio inquisitorial resultó una farsa y a
los jueces (uno era el obispo de Lleida, Francisco Remolino) les resultó
difícil sentenciar. La condena se hizo al día siguiente.
Con Juan Pablo II parece
superada la anterior actitud eclesial que solía silenciar los hechos negativos, notorios y públicos como la Inquisición y sólo condenaba a los demás alegando,
cuando era el caso, que se habían portado peor. El espíritu cristiano se desnaturaliza con la actitud de no querer reconocer lo malo y limitarse a
decir "¡y tú peor!".
La Congregación para la
Doctrina de la Fe, cuando el Prefecto era el cardenal Ratzinger, publicó un
documento firmado por Juan Pablo II, Comunionis notio (mayo 1992), donde
se expone que “la universalidad de la Iglesia, de una parte comporta la más
sólida unidad, y de otra parte, una pluralidad y una diversificación que no
obstaculizan la unidad sino que le confiere, en cambio, el carácter de
comunión”. Tal relación entre la unidad y la diversidad no se contempla en
clave de tensión dialéctica; no se trata de una unidad “a pesar de” la
diversidad, ni de una diversidad “a pesar de” la unidad. Así se elimina el
riesgo del empobrecimiento eclesial que representaría el concebir la unidad
como uniformidad y queda claro que ni la diversidad ni la legítima autonomía de
las personas son división. Ahora Francisco insiste en ello pues la unidad y la
diversidad deben hacerse realidad en todos los ámbitos de la vida eclesial, el
litúrgico, el teológico, el canónico, el pastoral, etc.
San Pablo II enseñaba que el
buen cristiano debe hacerse todo para todos que supone saber ajustarse a las distintas
mentalidades, distintas filosofías, distintas religiones. Hay que aprender a
decir a cada uno lo que puede entender para hacerse oír. No es correcto exigir
a los demás obediencia ciega que lamentablemente se ha practicado largos
siglos.
En el aniversario de su
nacimiento (12 marzo) el papa Francisco citó a Juana de Arco como santa que fue
quemada viva por ser condenada por hereje por los hipócritas y doctores. Así
mismo se refirió a Rosmini, otro maltratado –todos sus libros al índice, pecado
leerlos, y hoy es beato.
Benedicto XVI glosó la figura
de Domingo de Guzmán (Aud Gral 100203) comentando que fue nombrado canónigo de
la catedral de su diócesis, Osma-Soria, y en ese contexto cuestionó si "la carrera y el poder no son una tentación
de la que no son inmunes ni siquiera quienes tienen un papel de animación y de
gobierno en la Iglesia". Los dominicos que había fundado tuvieron una
época sombría formando parte activa de la Inquisición pues sus miembros
tuvieron el orgullo de pensar que podían ser los dueños de la verdad.
En octubre de 1998 el
Vaticano organizó un Simposio afrontando un estudio serio y exhaustivo de la
Inquisición, aquella institución eclesiástica del siglo XIII, el Santo Oficio,
formada por una red de tribunales cuyos jueces estaban investidos de la
jurisdicción papal en materias contra la fe.
La correcta actitud
evangélica evita considerar delito la opinión y el disenso y, en caso
contrario, aunque no sea la manera más acertada, brota la protesta al no encontrarse
ni un resquicio para el diálogo interno, sincero e incondicionado.
Francisco, en su primera Encíclica
“La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, EvG) dice que “Invito a todos a
ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las
estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores” (EvG, 33). “A quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión. Pero la realidad es que esa variedad ayuda a que se manifiesten y desarrollen mejor los diversos aspectos de la inagotable riqueza del Evangelio” (EvG, 40).
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