dimarts, 21 d’agost del 2018

MIRANDO A MARÍA REINA

A los ocho días de su asunción



Es una ocasión más para contemplar, pensar, meditar sobre la realeza de Cristo que es la misma de María y la de cada cristiano:

San Bernardo, en una homilía exulta para que también exultemos sobre las excelencias de la Virgen Madre: Así, engalanada con las joyas de estas virtudes, resplandeciente con la doble hermosura de su alma y de su cuerpo, conocida en los cielos por su belleza y atractivo, la Virgen regia atrajo sobre sí las miradas de los que allí habitan, hasta el punto de enamorar al mismo Rey y de hacer venir al mensajero celestial (Homilía 2,1-2. 4). Las “joyas” de las virtudes dice el santo que no son mantos, capas, collares, coronas, pulseras, anillos…

Se lee en el Catecismo de la Iglesia que “Cristo (…) quiere decir "ungido" (…) en Israel eran ungidos en el nombre de Dios los que le eran consagrados para una misión que habían recibido de él. Este era el caso de los reyes (...), de los sacerdotes (...) y, excepcionalmente, de los profetas (…) El Mesías debía ser ungido por el Espíritu del Señor (...) a la vez como rey y sacerdote (...) pero también como profeta (CEC 436).

Juan Pablo II recordaba al respecto que “La Iglesia se hace… más idónea al servicio del hombre… participando en el “triple oficio” que es propio de su mismo Maestro y Redentor… (con) la participación en la triple misión de Cristo, en su triple oficio –sacerdotal, profético y real-, nos hacemos más conscientes de aquello a lo que debe servir toda la Iglesia” (RH, 18). María reina como Cristo y así cada uno de los humanos.


Y más adelante, en esa su primera Encíclica, añadía: “El Concilio Vaticano II… a través de la indicación de la triple misión de Cristo, participando en ella… ha puesto de relieve… re-descubrir… la particular dignidad de nuestra vocación que puede definirse como “realeza”… se expresa en la disponibilidad para servir…No he venido para ser servido, sino para servir” (Mt 20, 28) (RH, 21).

Juan Eudes (†1680 con 79 años), sacerdote fundador de los euditas y las HH de Ntra Sra del Refugio, decía: “Te pido que pienses que Nuestro Sr Jesucristo es realmente tu cabeza y que tú eres uno de sus miembros… por lo cual desea intensamente usar de todas tus facultades como propias, para servir y glorificar al Padre (...) todo lo que hay en ti debe ser injertado en Él (…) Todas estas grandezas del cristiano tienen su origen en el bautismo, son aumentadas y corroboradas por el sacramento de la confirmación y por el buen empleo de las demás gracias comunicadas por Dios, que en la sagrada eucaristía encuentran su mejor complemento”.

San Pablo traducía su vida cristiana con aquella conocida exclamación: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19b).

María es Reina del mismo reino de su Hijo, es la Reina del reino de los cielos, del Reino de Dios, y no de otro a su medida o a la nuestra. Ella tiene una ilusión que no se apaga ni se desanima con nosotros los humanos, sus hijos por ser hijos de Dios, que solemos meter la pata más veces que hacer algo bueno para instaurar el Reino en lo que nos toca como humanos. Ella no se cansa de hablarnos del Reino de Dios con su mirada maternal que penetra en nuestro corazón. Ella no es distinta a su Hijo y nos enseña a hacer lo que Él os diga.

Se lee en el Evangelio que “En aquellos días apareció Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea y diciendo: está al llegar el Reino de los Cielos (Mt 3, 1-2).
         Cuando oyó (Jesús) que Juan había sido encarcelado (…) comenzó Jesús a predicar y a decir: está al llegar el Reino de los Cielos (Mt 4, 12-13,17).
         A estos doce envió Jesús dándoles estas instrucciones (…) Id y predicad diciendo que el Reino de los Cielos está al llegar (Mt 10, 5-7). El papa Francisco, en su primera Enc. “La alegría del Evangelio, EvG) no recuerda que “Evangelizar es hacer presente en el mundo el Reino de Dios” (EvG, 176).

Leyendo las Escrituras queda por demás claro que la propuesta del Evangelio no es sólo la de una relación personal con Dios. La propuesta es el Reino de Dios (cf. Lc 4,43); se trata de amar a Dios que reina en el mundo” (EvG 180).

Benedicto XVI ya había dicho también que “¿no hemos recaído quizás en el individualismo de la salvación? (...) Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza” (Spe salvi).

El Reino es para la humanidad entera, por eso Jesús mismo dijo en una ocasión:os digo que muchos de Oriente y Occidente vendrán y se pondrán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el rechinar de dientes (Mt 8,11-12).

Para vivir de acuerdo con esas palabras de Jesús, Francisco nos dice: “aliento a (…) una «siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos». Se trata de una responsabilidad grave (…) Es preciso esclarecer aquello que pueda ser un fruto del Reino y también aquello que atenta contra el proyecto de Dios” (EvG 51).

Francis Bacon
Anteriormente ya Benedicto XVI, lógicamente, decía lo mismo puesto que es uno de los propósitos del Concilio Vaticano II para corregir las deficiencias actuales de los cristianos: “En Bacon la esperanza recibe una nueva forma. Ahora se llama: fe en el progreso. En efecto, para Bacon está claro que los descubrimientos y las invenciones apenas iniciadas son sólo un comienzo; seguirán descubrimientos totalmente nuevos, surgirá un mundo totalmente nuevo, el reino del hombre” (Spe salvi).

Evidentemente la Reina de los cielos, María, no compite contra Dios para construir su reino. Allí está, en la presencia de la Trinidad santísima, más pendiente que nunca de cada uno de nosotros, sus hijos. Y Ella, Madre, pide por cada uno como hizo la madre de los hijos de Zebedeo (Juan y Santiago) que “se postró para hacerle una petición (Mt 20, 20-22). Seguro que lo hace con más fuerza, con más gracia, con más visión sobrenatural, coincidiendo con la voluntad de Dios que paradojicamente se acopla a la suya. 

Benedicto XVI termina su Encíclica sobre la esperanza diciéndole a Ella: “Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino” (Spe salvi).

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