Tanto monta, monta tanto…
Cada 29 de junio se empezó celebrando conjuntamente a san Pedro y
a san Pablo, como mártires y como las dos columnas romanas de la Iglesia. En
este día Pedro está a la altura de Pablo y no como Primado en sentido estricto.
Así lo explica san Agustín: “En un solo día celebramos el martirio de los
dos apóstoles. Es que ambos eran en realidad una sola cosa, aunque fueran
martirizados en días distintos. Celebramos la fiesta (…) por la sangre de los
apóstoles” (San Agustín. Sermón 295).
Tanto monta, monta tanto…
San Agustín (+430), al comentar las palabras de Cristo
“y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), afirma que
"las llaves no las recibe Pedro sino la Iglesia en la persona de Pedro"
e insiste que “esas llaves las recibió no un hombre único, sino la Iglesia
única (...) escuchad lo que el Señor dice en otro lugar a todos sus apóstoles:
«Recibid el Espíritu Santo... a quienes se los retengáis les quedarán
retenidos» (...) Después de la resurrección, Jesús dijo a Pedro lo de
apacentar las ovejas, pero no es que él fuera el único (...) quiso significar
con ello la unidad de la Iglesia”.
Tanto monta, monta tanto…
Sobre la potestad colegial encontramos muchos pasajes del
Evangelio; entre otros, el capítulo 18 de Mateo, donde queda clara la capacidad
de la Iglesia (de toda ella, no de uno solo) para atar y desatar en plural: “os
aseguro que todo lo que atéis (en
plural) en la tierra, quedará
atado en el cielo” (Mt 18,18). No siempre que Jesús se dirige a Pedro,
lo que le dice es sólo y exclusivamente para él; en tal caso, el mandato “mar
adentro y echad las redes” (“duc in altum”), por ejemplo, sólo lo tiene él y
los demás a mirar y a esperar a que Pedro haga algo.
En la fiesta de la “Cátedra de san Pedro”, cada 22 de febrero, se
lee en la Liturgia de las Horas un texto del papa san León Magno (+461) que también comenta el pasaje de la
entrega de las llaves y remarca el modo de ejercerse el Primado en la Iglesia
primitiva con un exquisito respeto a la colegialidad: “La prerrogativa de
este poder se comunica también a los otros apóstoles y se transmite a todos los
obispos de la Iglesia, pero no en vano se encomienda a uno lo que se ordena a
todos”.
Tanto monta, monta tanto…
Otro Padre de la Iglesia, san Juan
Crisóstomo (+407), también
predicaba lo mismo, por ejemplo, comentando la elección y nombramiento de
Matías para sustituir la plaza vacante de apóstol que había dejado Judas.
Recuerda que no es Pedro quien propone los candidatos, sino todos los
asistentes, dando a entender que la elección no es cosa solo suya. Su oficio es
el de intérprete, ha de confirmar en la fe a sus hermanos; no es quien impone
un precepto.
Era una tradición que se abandonó “por h por b”. Siglos antes san Cipriano, obispo de Cartago (+258),
también aplicaba el texto de Mateo (16, 18) a todo el episcopado (Ep. 33, 1)
cuyos miembros, "unidos el uno al otro, no por obligación o mandato
jurídico, sino por la caridad y la concordia" (Ep. 54, 1; 68, 5),
hacen de la Iglesia universal un solo cuerpo. La Iglesia es una, unida en el
cemento de los obispos, o sea el Colegio apostólico que “fundara” Cristo.
Tanto monta, monta tanto…
La controversia del obispo africano con el papa Esteban no
reconoce una supremacía de jurisdicción (que será implantada posteriormente)
del obispo de Roma sobre sus colegas (cf Ep 5, 21) porque creía que Pedro no
había recibido del Señor ningún “poder” sobre los demás Apóstoles (cf De unit., 4). Pedro -sigue diciendo
Cipriano- tampoco reivindicó este derecho en su controversia con Pablo: “no
reclamó arrogantemente ninguna prerrogativa ni se mostró insolente con los
demás diciendo que tenía el primado y que debía ser obedecido” (Ep. 71, 3).
Cipriano reconoce que la “cátedra de Pedro” no tiene ningún
derecho superior para legislar para las otras sedes pues considera al Papa primus inter pares (cf De
unit., 4).
Recuerda el actual Catecismo
de la Iglesia que “Dios no ha
querido retener para él solo el ejercicio de todos los poderes (Tanto monta, monta tanto…). Entrega
a cada criatura las funciones que es capaz de ejercer, según las capacidades de
su naturaleza. Este modo de gobierno debe ser imitado en la vida social”
(CEC, 1884).
Se da por supuesto que esa imitación incluye a la Iglesia terrenal
o peregrina, que es una comunidad humana como las demás y que, como dejó
escrito Juan Pablo II, “puede sin duda ser examinada según las categorías de
las que se sirven las ciencias sociales, aunque estas categorías son
insuficientes porque no se trata sólo de una “pertenencia social” sino que es
para cada uno y para todos, una concreta “vocación”, una llamada particular.
Debemos sobre todo ver a Cristo que dice a cada miembro: “¡Sígueme!” (Redemptor
hominis, 21)
Como afirmara el experto teólogo dominico y cardenal Yves Congar (+1995 con 91 años) en Eclesiología desde San Agustín, 113,
parece llegada la hora de abolir la actual errónea tesis del Vicario de Cristo
como título propio y exclusivo del Papa tal como en el siglo XIII lo impuso
Inocencio III, apodado Stupor mundi (+1216). Lo monopolizó, instauró algo
extraño y ajeno al Evangelio. Ya recordaba León Magno que el Papa se designaba
a sí mismo Vicario de Pedro o Sucesor de Pedro. Desde Inocencio III el obispo
de Roma pasó a independizarse del Colegio apostólico destruyendo la
colegialidad episcopal y también la realidad de que por el bautismo todo fiel
varón o mujer –como recordara san Pablo-, es otro Cristo, o sea es Vicario de
Cristo pues debe intentar tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús y se
dedica a la tarea evangelizadora que el propio Cristo señaló: "Id al
mundo entero...".
Tanto monta, monta tanto…
En la peregrinación de Juan
Pablo II a Tierra Santa, en el
llamado “Viaje de la Alianza” del 25 de febrero de 2000, en la tierra de los
faraones, renovó la propuesta que había hecho en 1995 en la Encíclica ecuménica Ut unum sint (Que sean uno), instando a “todos los
responsables eclesiales, a sus teólogos, a (…) que podamos escucharnos más allá
de estériles polémicas, teniendo únicamente en la mente la voluntad de Cristo
para su Iglesia.
(...) Por lo que se
refiere al ministerio del obispo de Roma, pido al Espíritu Santo que nos dé su
luz, iluminando a todos los pastores y teólogos de nuestras Iglesias, para que
podamos buscar juntos las formas con las que este ministerio pueda realizar un
servicio de amor reconocido entre unos y otros (...) Queridos hermanos, no hay
tiempo que perder”.
El papa Francisco, en la encíclica "La alegría del
Evangelio" (Evangelii gaudium) escribe que "hemos avanzado poco en
este sentido (…) También el papado y las estructuras centrales de la
Iglesia universal necesitan escuchar la llamada a una conversión pastoral. El
Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias
patriarcales, las Conferencias episcopales pueden ‘desarrollar una obra
múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación
concreta’ (LG 23)” (EG 32).
En varias ocasiones ha propuesto que el “primado petrino” se
denomine “primado diaconal” que ayudaría a entender la conexión del ministerio
petrino y la colegialidad y que se deriva de la expresión de san Gregorio Magno
que dijo que el Papa era “servus servorum Dei” (siervo de los siervos) y
Francisco cita a Benedicto XVI quien antes había explicado que ese “servus
servorum Dei” no era una fórmula piadosa de aquel Papa, sino la verdadera
manifestación de su obrar y de su vivir.
Francisco (agosto de 2017) glosando el pasaje del
Evangelio que nos cuenta la confesión por parte de Pedro de la divinidad de
Jesucristo y la respuesta del Salvador: "Tú eres Pedro, y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia", consideraba: "También con nosotros Jesús quiere continuar construyendo la
Iglesia, esta casa con
fundamentos sólidos pero donde no faltan las grietas y que además tiene una continua necesidad de ser
reformada, reparada (…) ninguna piedra pequeña es inútil (…) la trabaja con su Espíritu, y la coloca en el
lugar justo, que Él siempre ha pensado y donde puede ser más útil a toda la
construcción”.
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