dissabte, 4 d’agost del 2018

MIRANDO A LA VIRGEN DE LAS NIEVES

Cada 5 de agosto


Cada 5 de agosto se celebra de fiesta mariana de la Dedicación de la Basílica de Santa María, una de las 4 basílicas mayores de Roma y la única que ha conservado su estructura original. Está en lo alto del Esquilino, una de las 7 colinas.

También es conocida como la “Virgen de las Nieves” pues en lo alto del montículo apareció nieve en la noche del 4 al 5 de agosto siendo los días más calurosos de la canícula romana, mientras María se apareció en sueños al papa Liberio y a un matrimonio romano, Juan Patricio y su esposa, nobles, muy ricos y sin hijos que habían dedicado toda su fortuna para honrar a la Madre de Dios.

Salus populi romani
Liberio (†366) fue elegido Papa cuando se empezaba a construir la basílica de Santa María la Mayor sobre el perímetro que él mismo marcó. Como los arrianos eligieron al antipapa Félix II, Liberio fue desterrado a Tracia. Este Papa “ordenó” diaconisa a Patricia, patrona de Nápoles y nieta de Constantino.

De manos del papa Liberio, Marcelina (†400), hermana mayor de san Ambrosio, tomó el velo de virgen consagrada y le acompañó a Milán para estar a su servicio.

Tras el concilio de Éfeso (431) que proclamó a María Madre de Dios, esa basílica romana se dedicó a la Virgen. También se venera como “salvación del pueblo romano” (“salus populi romani”). Desde el comienzo de su pontificado en octubre de 1978, Juan Pablo II quiso que una lámpara estuviera encendida día y noche bajo el icono de “salus” como testimonio de su devoción mariana.

El papa Francisco acude a rezar a Ella antes de cada viaje apostólico por el mundo y acude a dar gracias al regreso y en otros momentos del año. El 2-XII-2015 la visitaba por 28ª vez, tras su viaje 11º que tuvo lugar en África.

Benedicto XV mandó colocar una estatua de “reina de la paz” (“Regina pacis”) en agradecimiento por el final de la 1GM. La Virgen está sentada en un trono como “regina pacis” y soberana del universo, con un toque de tristeza en su rostro.

Ntra Sra de África
El mismo 5 de agosto también se celebra la fiesta de Nuestra Señora de África, patrona de Ceuta y que en Argel, la capital, tiene dedicado un santuario mariano con esta advocación. Dos mujeres, Margarita Bergezio y Anna Cuiquien, francesas, que habían seguido al obispo Monseñor Pavy, en 1846, para consagrarse a las obras caritativas que había fundado en Argelia, colocaron una pequeña estatua de la Virgen María sobre un árbol de olivo. Poco a poco el lugar se convirtió en un centro de peregrinación de parte de numerosos devotos de la Virgen, de manera que construyeron una capilla en 1857. 

En el siglo IV, a lo largo de toda la costa africana mediterránea, había casi 700 obispados católicos. San Agustín era argelino. A partir del siglo VII, los musulmanes impusieron la religión islámica en toda la costa norte africana que da al Mediterráneo y hoy en Argelia el Islam es la religión de Estado, practicada por el 98% de la población. En las 4 diócesis argelinas actuales, los católicos son unos 60.000.

El santuario actual, sobre un promontorio que domina el mar y la ciudad de Argel, fue completado en 1872. También los musulmanes, sobre todo las mujeres, llegan de todas partes para rezar delante de la estatua de la Santísima Virgen, llamada en árabe "Lalla Mariam".

La devoción a la Virgen María es una constante en l@s discípul@s de Jesús, desde el primer momento del cristianismo. Con el paso de los siglos, no solo no se ha empequeñecido, sino que, por el contrario, ha ido creciendo cada vez más. La “explosión” de la devoción a María puede verse en el siglo XX.

Pablo VI, en 2 febrero 1974, a la luz del Concilio Vaticano II que en aquellos momentos se celebraba, escribió la Ex Ap “El culto a María” (Marialis cultus) en la que se lee: «Un mejor conocimiento de la misión de María, se ha transformado en gozosa veneración hacia Ella.
(…) El culto que la Iglesia universal rinde hoy a la Santísima Virgen es una derivación, una prolongación y un incremento incesante del culto que la Iglesia de todos los tiempos le ha tributado
(…) El Concilio ha dicho que hay que armonizar los ejercicios piadosos con la liturgia, no suprimirlos (…) ha denunciado ya de manera autorizada, sea la exageración de contenidos o de formas que llegan a falsear la doctrina, sea la estrechez de mente que oscurece la figura y la misión de María; ha denunciado también… la vana credulidad que sustituye el empeño serio con la fácil aplicación a prácticas externas solamente; el estéril y pasajero movimiento del sentimiento, tan ajeno al estilo del Evangelio que exige obras perseverantes y activas».

Luego el Papa Montini diría que estábamos en una era mariana, quizá debido al crecimiento de la devoción de los hombres a Ella y por la cantidad de apariciones de Ella aquí y allá, a lo largo y a lo ancho del planeta.

Juan Pablo II escribió la Encíclica La Madre del Redentor (Redemptoris Mater) el 25-III-1987, Año Mariano previo al Gran Jubileo del 2000. En ella escribe que «Siguiendo la Tradición, el Concilio no duda en llamar a María “Madre de Cristo, madre de los hombres”.
        (…) El Concilio Vaticano II, siguiendo la Tradición, ha dado nueva luz sobre el papel de la Madre de Cristo en la vida de la Iglesia. Maríacon razón es honrada con especial culto por la Iglesia. Ya desde los tiempos antiguos es honrada con el título de Madre de Dios a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas” (Lumen gentium, 66).
        (…) La Iglesia ve a la Bienaventurada Madre de Dios maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que “no caiga” o, si cae, “se levante”».


Benedicto XVI, en su Enc “Dios es Amor” (Deus caritas est, DCE), del 25-XII-2005, escribía: “María, Madre del Señor y espejo de toda santidad (…) Ella es humilde: no quiere ser sino la sierva del Señor (cf. Lc 1, 38. 48). Sabe que contribuye a la salvación del mundo, no con una obra suya, sino sólo poniéndose plenamente a disposición de la iniciativa de Dios (DCE, 41).
        (…) A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan (…) el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón” (DCE, 42).

Francisco, en su Enc. “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium, EvG), del 24 de noviembre, Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, del año 2013), dejaba escrito: “Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño 
       (…) María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos” (EvG, 288).

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