
La movida de l@s laic@s acabándose el segundo milenio es proporcionalmente
incluso mayor que la del inicio del primer milenio, en tiempos de Francisco y
Domingo, aunque entonces no pudo cuajar nada concreto por impedimentos doctrinales
y jurídicos salvo en las llamadas “terceras órdenes” en donde l@s laic@s movid@s
por el Espíritu sólo podían jugar a ser o vivir como frailes o monjas.

Por el bautismo tod@s han de imitar a Cristo. Un@s le imitan en aquellos 40 días que se retiró al desierto. Otros le imita en aquellos 2 años y medio últimos en que Jesús deja Nazaret y su trabajo de carpintero para ir a corretear por Judea, Galilea y Samaria, recorriendo todas las poblaciones y aldeas palestinas.
L@s laic@s imitan a Jesús mientras trabajaba en el taller donde no
sólo convertía la madera en muebles sino que con su trabajo de carpintero
estaba haciendo la Redención. Es lógico que Cristo gastase en trabajar la mayor
parte de su vida en la tierra pues su plan redentor no podía ser distinto al plan creador.
Dios no se equivocó "al principio" cuando pensó que todos los hombres se
podían ganar el premio de la vida eterna trabajando, "dominando la
tierra" (cf Gen, 1, 28 y 2, 15).
Algunos, tristemente, utilizan el trabajo como excusa para
retraerse de las demás obligaciones de su estado y de las religiosas: “no tengo
tiempo”. La vida oculta de Cristo en Nazaret enseña a cuidar el cumplimiento de
los deberes de estado: familiares, sociales y profesionales.

Por ser indicación conciliar, los papas post conciliares, desde Pablo VI hasta ahora Francisco, no
hacen otra cosa que recordarlo a todos los miembros de la Iglesia y que se
vayan poniendo las medidas adecuadas para que sea realidad cuanto antes. Unos tienen que dejar estar e la Iglesia a l@s laic@s y ell@s han de querer estar y no retaerse, incluso simulando una humildad que será falsa. Cabe
aquí decir lo que san Pablo: ¡no entristezcáis al Espíritu!
El papa Francisco, en una carta al
cardenal Marc Ouellet, presidente de la Comisión Pontificia para América
Latina, recordaba que “los laicos son parte
del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y
del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales
tenemos que servirnos”.

“Mirar al
Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El
primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que
tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo”. “A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos
han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar”.
Así se expresó Francisco en una carta dirigida a
América Latina pero todo lo que dice Francisco a ellos vale para todo el globo
terráqueo o para la aldea global.
Francisco sabe que “el clericalismo
lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta
las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías
necesarias para
poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer
social y especialmente político”. Quien dice política, entiende que también se ha de incluir el
mundo de las finanzas, el de la cultura, la música, el cine, el mundo
deportivo, etc., ya que el mandato de Cristo es ir al mundo entero puesto que su
obra redentora es universal.
En enero de 2018, en su
visita pastoral a Chile, habló en la catedral de Santiago ante los 50 obispos chilenos y dijo una frase
rotunda a su estilo: “Digámoslo claro, los laicos no son nuestros
peones, ni nuestros empleados. No tienen que repetir como ‘loros’ lo que
decimos”.

Juan
Pablo II, en la Carta apostólica ante el nuevo milenio estrenado el 1 de enero
de 2001, exponía la tarea (colosal) que la Iglesia tiene por delante, por el
encargo divino recibido y añadía que “obviamente
todo esto tiene que realizarse con un estilo específicamente cristiano: deben
ser sobre todo los laicos, en virtud de su propia vocación, quienes se hagan
presentes en estas tareas, sin ceder nunca a la tentación de reducir las
comunidades cristianas a agencias sociales” (NMI, 52).

Al estrenar su servicio
petrino como obispo de Roma, el Papa polaco escribía en su primera encíclica
“El Redentor del hombre”: “El principio de la
Colegialidad se ha demostrado particularmente actual en el difícil período
postconciliar. Este espíritu se ha extendido asimismo entre los laicos. Me es
necesario tener en la mente todo esto al comienzo de mi pontificado para dar
gracias a Dios”.
Su sucesor, Benedicto XVI,
escribía en la Exhortación apostólica Sacramentum
caritatis del 22 febrero 2007: “los
laicos cristianos, en virtud del Bautismo y de la Confirmación, y fortalecidos
por la Eucaristía, están llamados a vivir la novedad radical traída por Cristo
precisamente en las condiciones comunes de la vida” (n. 79).
Algunos me dicen: obras son amores y no buenas razones.
Algunos me dicen: obras son amores y no buenas razones.
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