Vitalidad evidente
que ofrece el Espíritu Santo

El Concilio Vaticano II fue el momento en que la Iglesia tomó, con
una fuerza quizá desconocida en su historia, conciencia de sí misma, de su
propio misterio, cuando la Asamblea conciliar, guiada por el Espíritu Santo,
reflexionó sobre su naturaleza ante la evidente necesidad que este mundo (que
caminaba hacia el tercer milenio) tiene de la Iglesia.
Fue querer ponerse al día volviendo a las raíces evangélicas de la
sencillez de Cristo, “soñando” con desarrollar su misión con la mayor eficacia
posible en un mundo estremecido por las dos guerras llamadas mundiales, de 1917
y de 1939.
Era (es) una nueva hora del Espíritu y ocasión para descubrir
–como decía Congar- la centralidad vertical en el misterio de Cristo y la
descentralización horizontal. Es la oportunidad para otra renovación de la vida
eclesial, muchas y continuas ha habido a lo largo de los siglos. Se busca una
profunda conversión de sus miembros y estructuras; una conversión interior de
la mente y del corazón, pasando también a la renovación de las formas y de los
métodos inapropiados, inadecuados, no evangélicos, que traicionan el espíritu
de Cristo.

A principios del s. XX, quien se planteaba ser cristiano en serio,
no tenía más opción que hacerse religioso; incluso los sacerdotes entendían que
el ejercicio de su ministerio estaba al margen de la santidad y, salvo honrosas
excepciones –que no faltan generación tras generación-, después de los ataques
a la Iglesia desde la Revolución francesa y la transformación radical de la
sociedad con el nuevo concepto de Estado absolutista, los clérigos parecían, a
los ojos de los profanos, más bien "funcionarios" del Vaticano o del
Estado. Quien notaba en su interior el afán de santidad, buscaba acercarse a
una Orden o Congregación religiosa o incluso pedía su ingreso en ella.
La proliferación actual de movimientos y grupos eclesiales es una
nueva manifestación de la vitalidad perenne de la Iglesia, hasta ahora jamás
conocida incluso por su número. Con ello se va haciendo realidad el entender
que para ser buen cristiano no hay que hacer algo distinto de lo habitual; no
es sacar tiempo para el apostolado quitándoselo a los deberes de estado.


A todos estos movimientos y grupos eclesiales, se vienen añadiendo
a lo largo de las décadas finales del s. XX, la imponente movilización de los Voluntariados.
Millones en el mundo entero, hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes,
trabajadores y estudiantes, de todas las religiones e ideologías, creyentes,
ateos o agnósticos, que sienten la necesidad de llenar el vacío de la falsa
secularidad, de la actual vida laicista, de la “movida juvenil” cuya oferta es
el sexo, el alcohol y la droga: El vacío existencial, la vida sin sentido, la
angustia vital, la depresión, la desesperación. Trabajan generalmente en
Organizaciones No Gubernamentales (ONG), combinando la financiación pública y
privada, y realizando ingentes tareas de solidaridad y ayuda a necesitados
física y espiritualmente por los cinco continentes. La mayoría dedica, con
generosidad y sin ningún beneficio material a cambio, parte de su tiempo libre,
parte de sus vacaciones escolares o laborales.
Es la hora de una renovación y revitalización de la vida de la
Iglesia también por la forma de hacer pues se trata de movilizar al 100% de l@s
bautizad@s para revivir el espíritu de los primeros cristianos quienes vivían
sincera y comprometidamente su fe sin necesidad de estructuras ni mandatos
jerárquicos. Vivían la misión divina recibida en el bautismo sin necesidad de
esperar una “missio” canónica para ser fermento en medio de la masa, ser sal y
luz entre sus familiares, amigos, colegas del trabajo y conciudadanos. La tarea
evangelizadora de la Iglesia es un deber de cada uno de sus miembros por el
Bautismo y no monopolio exclusivo de los eclesiásticos y religiosos.
En
noviembre de 2016, el papa Francisco recibió –por tercera vez- a los
participantes en el Encuentro mundial de Movimientos populares. En nuestro
último encuentro en Bolivia –les decía- con mayoría de latinoamericanos, hablamos de la
necesidad de un cambio para que la vida sea digna, un cambio de estructuras.
En febrero del año pasado, 2017, a los reunidos
en California, en la carta que les envió, expresó su apoyo a los que luchan
contra "la exclusión, la indiferencia, el racismo y la intolerancia".
"Se trata de una estafa
moral que, tarde o
temprano, queda al descubierto”.
Otra
vez, y van muchas, Francisco en esa carta volvía a condenar al actual sistema económico que
tiene como centro "al dios
dinero y que en
ocasiones actúa con la brutalidad de los ladrones de la parábola".

“La madurez eclesial –seguía diciendo- requiere una vigilancia de conversión permanente, con el fin de
hacer siempre más viva y fecunda el empuje de la evangelización”, cuidando con el Espíritu
Santo, el acompañamiento a las personas y sobre todo a los jóvenes y la
comunión con el resto de la Iglesia. “Con
el tiempo crece la tentación de contentarse, de volverse rígido en esquemas
tranquilizantes pero estériles”.
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