dissabte, 11 de febrer del 2017

HACIA LOS 500 AÑOS DE LA REFORMA

Lo importante es no pararse



Cada 14 de febrero, aparte de ser san Valentín, patrono de los enamorados, se celebra la memoria de Cirilo y Metodio, a quienes Juan Pablo II nombró co-patronos de Europa junto a san Benito con la carta apostólica de 1980 Egregiae virtutis, inspirado –escribió él mismo- por la firme esperanza de una superación gradual en Europa y en el mundo de todo aquello que divide a las Iglesias, a las naciones y a los pueblos.

A ellos dos les dedicó otra segunda carta apostólica Slovarum apostoli, en mayo de 1995, en la que destacaba la delicadeza evangelizadora que tuvieron pues no impusieron a los eslavos siquiera la lengua fuerte de entonces, el griego. Por ello, y otros detalles más, se les puede considerar modélicos en el diálogo ecuménico entre los diversos cristianos para superar todo aquello que divide a las iglesias.

El sano ecumenismo está teniendo en cuenta la conmemoración del 500 aniversario del inicio de la Reforma luterana, desde el pasado octubre hasta el próximo de este 2017, pero ha vuelto a rebrotar (mala yerba nunca muere) el temor en algunos de que, a raíz del Concilio Vaticano II, lo que se hace es protestantizar la Iglesia católica. Cirilo y Metodio fruncirán el ceño, seguro. Esos creen que hay que imponer, caiga quien caiga, todo lo romano, incluido el latín; ¡solo faltaría! Ya se levantó polvareda a raíz, por ejemplo, del Misal de Pablo VI en 1970 pues las nuevas plegarias eucarísticas, sobre todo la II, les parecían de corte luterano.

Estos anti se aferran a la exacta observancia de los ritos y se creen que son fieles al Evangelio. A Jesús le hicieron la vida imposible los fariseos, los ancianos y los sacerdotes del templo de Jerusalén porque no observar los preceptos ilógicos, inhumanos o antidivinos, no guardar el sábado, no ayunar ni exigirse y exigir a sus discípulos, no lavarse las manos antes de comer, andar con pecadores, publicanos y gentes de mal vivir, etc.. Jesús no era esclavo de las tradiciones de los mayores que en su mayoría eran pura hipocresía y legalidad. Prejuicios farisaicos. Mentes cerriles. Corazones de piedra. Y no solo están en esa sospecha los lefebrerianos o los franciscanos de la Inmaculada, fundados precisamente en ese 1970.

El pasado octubre opiné sobre el viaje del papa Francisco a Lund, Suecia, aceptando la invitación a participar en la ceremonia ecuménica para la apertura de la celebración del 500 aniversario del inicio de la Reforma luterana.

También en junio de 2010 colgué otros dos y uno sobre: «Un clamor para la reforma // Motivos para el disgusto // Por lo menos ahora ya hablamos».

Jobst Schöne
El pastor de la iglesia Evangélica luterana independiente, alemán ya retirado y con 85 años, Jobst Schöne, ha ofrecido una entrevista a la publicación española aceprensa, en la que manifiesta su opinión sobre el devenir de lo luterano y sobre el camino ecuménico dado desde el Concilio Vaticano II. Lo que dice me rompe esquemas al afirmar cosas reales pero hasta ahora eran para mí desconocidas por estar silenciadas. Por ejemplo que Lutero nunca negó el sacramento de la confesión y él mismo solía hacerlo con frecuencia, también después de aquel octubre de 1517. Que Lutero luchó con pasión por defender la presencia real del Cuerpo y la Sangre de Cristo sobre el altar, opinando que desaparece tal presencia terminada la comunión del celebrante y de los presentes. Las formas consagradas en la Misa que no se hayan distribuido, se consumen en el altar o en la sacristía. No tienen la reserva en el sagrario. Creo que de esto nunca oí nada en las clases de Religión que recibí durante 6 años de Bachillerato en un colegio confesional.

Juan Pablo II, en su visita pastoral a Alemania, en junio de 1996, manifestó en la catedral de Paderborn: “La demanda de reforma de la Iglesia que hacía Lutero, en su intención original, era una llamada a la penitencia y a la renovación, que deben comenzar en la vida de toda persona. Muchos son los motivos por los que, desde aquel comienzo, se llegó a la separación. Entre éstos se halla la no correspondencia de la Iglesia católica a la voluntad de Cristo, de la que se había lamentado el papa Adriano VI con palabras conmovedoras, el influjo de intereses políticos y económicos y también la misma pasión de Lutero que lo arrastró mucho más allá de sus intenciones iniciales”.

Lutero no fue la única voz que reclamaba reforma; cada vez va estando más claro, y lo ha recordado el papa Francisco hace pocos días, que Lutero no quiso romper la Iglesia y fundar una nueva, sino simplemente reformar la que estaba corrupta. Una reforma venía siendo pedida por una multitud de santos, incluso tres siglos antes pues desde mediados del XV todo el mundo clamaba por ella.

Juan Pablo II, como ahora Francisco y antes Benedicto XVI, impulsó los contactos entre el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Federación Luterana mundial que en 1997 concluyeron con una Declaración conjunta sobre la justificación firmada en otoño de 1999. El Cardenal Cassidy declaraba entonces que este hecho era “un hito en el camino hacia el restablecimiento de la plena unidad visible”.

En febrero 2010, con Benedicto XVI,  tuvo lugar un encuentro sin precedentes en Roma para conmemorar los 40 años de diálogo con una declaración común de católicos, luteranos, reformados, anglicanos y metodistas.

Además Benedicto XVI también participó en el culto de Christuskirche en el templo de la iglesia evangélica luterana de Roma, en la Via Sicilia. La invitación fue hecha en 2008 para celebrar juntos los 25 años de la visita de Juan Pablo II en 1983 en la que participó a su vez en la conmemoración del 500 aniversario del nacimiento de Martín Lutero.

Benedicto XVI recibió una delegación de la Iglesia Evangélica Luterana en América, Iglesia fundada en 1988 y que tiene más de 4 millones de fieles. El Papa hoy emérito expresó su satisfacción por los resultados alcanzados hasta entonces por el diálogo luterano-católico y auguraba que pudieran representar una sólida base sobre la que construir en el futuro. “Desde el inicio de mi pontificado, me ha alentado que las relaciones entre católicos y luteranos hayan seguido creciendo, especialmente a nivel de colaboración práctica en el servicio del Evangelio”, confesó a sus huéspedes.

Y en esa ocasión recordó lo que dijo Juan Pablo II, en el discurso a los obispos luteranos en 1985: "Ustedes son bienvenidos aquí. Alegrémonos de que un encuentro como éste puede tener lugar. Hagamos el propósito de estar abiertos al Señor para que pueda utilizar esta reunión para sus propósitos, para lograr la unidad que él desea. Gracias por los esfuerzos que estáis haciendo para la plena unidad en la fe y la caridad".

El papa Francisco acaba de recibir en el Vaticano otra vez a una delegación de los evangelistas alemanes este pasado 6 de febrero y ha dicho: La llamada urgente de Jesús a la unidad nos interpela (…) Les deseo ir hacia delante en este bendito camino de comunión fraterna, yendo con coraje y decisión hacia una unidad que sea cada vez más plena. Tenemos el mismo Bautismo: debemos caminar juntos, ¡sin cansarnos!

Sobre la división causada por la Reforma, Francisco señaló que aquella llamada a la renovación lamentablemente cristalizó en divisiones alimentando la hostilidad y siendo ávidos en luchas, fomentadas por intereses políticos y de poder –como ya dijera en su día Juan Pablo II-, incluso no han tenido escrúpulos en usar la violencia hermanos contra hermanos.

Francisco recordó otra vez que ahora la relación entre ambas confesiones es distinta y pidió “confirmar nuestra llamada sin retorno a testimoniar juntos el Evangelio y a proseguir en el camino hacia la plena unidad”.

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