dilluns, 3 d’octubre del 2016

LOS ORTODOXOS Y LOS CATÓLICOS

Los ortodoxos reacios  a recomponer la unidad rota


Del 30 de septiembre al 2 de octubre el papa Francisco ha visitado pastoralmente Georgia y Azerbayán; ésta de mayoría musulmana y aquella de mayoría ortodoxa. Allí los católicos son un “pequeño rebaño” que a algunos les puede parecer un desastre ya que Georgia se disputa la primacía de su cristianismo con Armenia. Pero el desastre es para los que confunden el cristianismo con el catolicismo y los que se olvidan de que ya el mismo Jesús definió así a la Iglesia. Lo hizo en varias ocasiones y en una de ellas, por ejemplo, manifestó que contaba con que sus discípulos fueran fermento o levadura. Todos sabemos que la levadura es una cantidad mínima y suficiente para que fermente toda la masa.

Hay dificultades, más que evidentes, con el desplante público y la ausencia de representantes ortodoxos en la misa del sábado por la mañana por decisión del Patriarcado quien también aprovechó la ocasión para recordar a sus fieles que no pueden asistir a ceremonias católicas, sea Eucaristía y otro acto religioso. A esa misa en el estadio de Meshki, con capacidad para 27 mil personas, asistieron solamente unos pocos miles ya que el catolicismo es minoritario.

Francisco sin embargo lanzaba un capote hacia la unidad en su visita a la catedral ortodoxa patriarcal de Svetitsjoveli en Ktskheta, cuna de la Ortodoxia en Georgia diciendo: "Es más lo que nos une que lo que nos divide". El encuentro quería ser protocolario pero acabó siendo un encuentro de oración aunque los ortodoxos georgianos niegan la posibilidad de rezar juntos. Pero Francisco quiso rezar por Ilia II y éste lo hizo por el Obispo de Roma. Cada uno por su cuenta; no juntos.
 
Bergoglio, a pesar de todo, se empeña en facilitar el encuentro fraterno que ha de existir entre hermanos cristianos por lo que minimizó el desplante y recordó a los católicos de ese país que "jamás se puede hacer proselitismo, es un gran pecado contra el ecumenismo, somos hermanos".

"La historia de Georgia –dijo Francisco- es como un libro antiguo en el que cada página nos habla de (...) gestas de gran apertura, acogida e integración (…) siempre abierta y disponible, nunca rígida o cerrada".

En enero de 2012 escribí un par de post sobre la proximidad o lejanía de la unidad entre los católicos y los ortodoxos. El desplante a Francisco no es novedad. Los ortodoxos vienen siendo reacios para corresponder a la mano que se les tiende (aunque no desde hace mucho) y así, a las encíclicas en que Pío IX les invitaba a integrarse en la comunidad de oración, los patriarcas y metropolitanos griegos respondieron con un acta de acusación recogiendo las viejas críticas contra el catolicismo. La invitación que se les hizo a asistir al Concilio Vaticano I fue contestada con una declinación injuriosa. Creo que es de justicia humana y divina pedirles en primer lugar perdón por los atropellos ocasionados por los católicos por ejemplo durante las cruzadas.

De todos modos, junto a esas pocas luces o detalles positivos de la Iglesia Católica (entiéndase que solo es la Santa Sede) preconciliar, hay que reconocer que la actitud católica entonces era de franco repudio y, por tanto, contraria a toda iniciativa ecuménica. Pío XI en 1928 todavía cerraba el posible diálogo al decir que “la unidad ecuménica está ya realizada en la Iglesia católica”. Anda que no sigue dando qué hablar y qué discutir la interpretación de la poco acertada frase de los primeros siglos del cristianismo cuando alguien de la cúpula dijo que “fuera de la Iglesia no hay salvación”, entendiéndola en plan reduccionista y negando que haya algo más que lo católico (romano) que sea verdadero cristianismo como el suyo.

A pesar de los desplantes, en la Iglesia (en el Vaticano) iba poco a poco cuajando –también a través de diversos sant@s- el afán de Cristo, buen pastor, de ir a buscar las ovejas perdidas que traducirá Juan XXIII en el vigoroso movimiento ecuménico y que Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI llevaron decididamente a la práctica. Ya el papa polaco recordó que es algo irreversible; el ecumenismo no es un apéndice pastoral que la Iglesia ahora fomenta y otro día lo eliminará de su vista.

Los actos ecuménicos del Papa Wojtyla fueron incontables pues no desaprovechaba ocasión, tanto en sus más de cien viajes pastorales por todo el planeta como en otros eventos eclesiales o culturales, para ir a estar con ellos o para recibirlos en Roma. Pero fue un hito histórico la ceremonia religiosa del primer domingo de Cuaresma del año 2000, con su pública petición de perdón a Dios por la escandalizadora desunión de los cristianos en este segundo milenio.

La unidad de los cristianos, escribió Wojtyla, “Es éste un problema crucial para el testimonio evangélico en el mundo (...) A nosotros se nos pide secundar este don sin caer en ligerezas y reticencias al testimoniar la verdad, sino más bien actualizando generosamente las directrices trazadas por el Concilio y por los sucesivos documentos de la Santa Sede” (Juan Pablo II, Tertio Millenio Adveniente, 34).

Hoy está claro en casi todos (no todos) que el retorno de las comunidades separadas de la plena comunión con Roma, tanto ortodoxas como surgidas de la Reforma, no puede consistir en una occidentalización ni en una mal entendida romanización pues la unidad no existe sin la pluralidad. Todo uniformismo atenta contra la propia unidad que está basada en la unidad de la Esencia divina que es pluralidad (Trinidad) de Personas.

El gran escándalo de la desunión de los cristianos ya había angustiado a espíritus nobles del siglo XVII. En el siglo XVIII el asunto pasó sin interés pero reapareció en el XIX, en parte por los grupos conversos (sobre todo anglicanos con el cardenal Newman a la cabeza) que se ilusionaban con facilitar también a sus anteriores correligionarios el camino hacia la Iglesia Católica.

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