Francisco acepta la
invitación para asistir

El jueves 13 de
octubre recibió en el aula Pablo VI a unos mil peregrinos luteranos llegados a
Roma que le regalaron un libro con las tesis de Lutero y Francisco respondiendo
a las preguntas que le formulaban en el aula decía: Demos gracias a Dios porque
estamos caminando por la vía que va del conflicto a la comunión. Dolor por la
división que todavía existe entre nosotros y alegría por la comunión que
estamos alcanzando. Al final de este mes, me
acercaré a Lund (Suecia). Haremos memoria, tras cinco siglos, del inicio de la
reforma de Lutero y daremos gracias a Dios por los 50 años del diálogo entre
luteranos y católicos.


En un comunicado conjunto, el Pontificio Consejo para la Promoción de la
Unidad de los Cristianos (PCPUC) y la Federación Luterana Mundial (LFW), se
señala que el evento con Francisco destacará “los sólidos progresos ecuménicos entre católicos y luteranos y los
dones conjuntos recibidos a través del diálogo”.
Es obvio
que la protesta luterana es un eslabón más de la cadena ininterrumpida de
protestas o correcciones fraternas que ofrece la historia, tanto en el Antiguo
como en el Nuevo Testamento. Con ello resuenan las palabras que, en la vieja
iglesia de san Damián, Cristo dijo a Francisco de Asís: repara mi Iglesia. ¿No ves que se
hunde? Era noviembre o diciembre de 1205.
Jesús recriminaba a los
jefes del pueblo de Dios su conducta con los profetas que Dios mismo les
enviaba para ayudarles a corregirse. Pero ellos siempre en “sus trece”: ¡Ay
de vosotros, que (…) sois testigos de las obras de vuestros padres y consentís
en ellas, porque ellos los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros. Por eso
dijo la sabiduría de Dios: Les enviaré profetas y apóstoles, y matarán y
perseguirán a una parte de ellos (Lc 11,47-50).

El
Espíritu, hoy como ayer, no ha dejado de suscitar profetas que denuncian los
pecados y llaman a la corrección y suelen sufrir siempre la misma suerte: son
maltratados, eliminados y echados a la hoguera.
No sólo
protestó en su día Lutero sino que, siglo tras siglo, ya habían protestado unos
cuantos que recibieron siempre la misma respuesta.

Los
últimos papas vienen fomentando la conversión y los cambios oportunos que se deben
hacer en la sociedad civil y así, por ejemplo, Juan Pablo II dejó escrito en su
encíclica social “la solicitud por la cosa social”: ”Algunas naciones necesitan reformar algunas estructuras (…) es
condición necesaria y garantía segura para el desarrollo de todo hombre y de
todos los hombres” (SRS, 44). Se supone que lo mismo cabe esperar de la
Iglesia.
En otra
encíclica social, “centesimus annus”, el papa Wojtyla escribía acerca de la
histórica protesta sindicalista del siglo XIX ante la corrupción e injusticias
flagrantes del capitalismo salvaje de la revolución industrial: “Las reformas necesarias empezaron (…) sobre
todo con los Movimientos obreros como reacción justa de la conciencia moral
contra situaciones de injusticia y de daño” (CA, 16).
Lutero
clamaba contra la vida corrupta e injusta, no de la sociedad civil y de los
políticos (aunque quizá también les hiciera falta) sino de los eclesiásticos y no
sin razón. Se quejaba también de que la teología de entonces, escolástica,
fuera “teología amarilla”, o sea que simplemente justificaba en muchos casos una
vida antievangélica. Lutero pedía reformar la sacramentalidad pues muchos “detalles”
rituales son inventos eclesiásticos aunque ellos digan que son del mismo Cristo,
lo cual es imposible demostrar. Benedicto XVI, en una de sus catequesis,
recordó, por ejemplo, que la confesión individual fue un invento del monje
irlandés san Columbano (+615 con 75 años) que trajo al continente (europeo,
claro).
Otro rito
sacramental discutido es la Eucaristía que Jesús instituyó en una cena y no por
la mañana, y dijo “tomad y bebed, esto es el cáliz de mi sangre” pero estaba prohibido
comulgar con las dos especies. Jesús les dio de comulgar al final de la cena y
no guardó el ayuno eucarístico ni mandó hacerlo. Así puede seguirse un listado hasta
agotar.
Que los
luteranos coetáneos de fray Martín se pasaran en las reformas como él mismo les
recriminó y que fray Martín se “torciese” en su vida de monje no quiere decir
que no tuviera razón –mucha o poca- aquel 31 de octubre de
1517.
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