
Llama la atención que los santos de esos siglos XII-XIII, como Francisco de Asís (1182-1226), Domingo de Guzmán (1170-1221), Tomás de Aquino (1225-1274) o Buenaventura (1217-1274) no hagan, que se sepa, ninguna mención ante este fenómeno novedoso en el cristianismo y en pleno auge. No deja de suscitar un reto a la inteligencia sus similitudes con el islamismo o con los “top-top” del lamaísmo tibetano. La Iglesia caldea o sirio-malabar, durante el dominio islámico con la dinastía de los Abasíes, recibió un trato privilegiado y sus monjes, llamados "portadores de luz", se lanzaron por la ruta de la seda a evangelizar Asia, llegando al Tibet, la India, China y Mongolia. En el siglo IX contaba con 245 diócesis o eparquías.
En Colonia (1143) también se detectó otra secta parecida, también sociedad secreta denunciada por san Bernardo (+1153 con 63 años) en los sermones 65 y 66 sobre el Cantar de los Cantares. Al rey francés le venía como anillo al dedo aprovechar la coyuntura y encasquetar a los templarios ese sambenito pues quería a toda costa hacerse con su riqueza (que suponía francesa y por tanto suya) para solucionar la liquidez de su Tesorería. Las arcas reales estaban vacías por la corrupción política, por los gastos inmensos de guerras injustas y por el despilfarro del dinero público también en asuntos personales suyos y de sus ministros.

La brusca desaparición de su estructura social dio y sigue dando lugar a numerosas especulaciones y leyendas para mantener vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días. Para algunos estudiosos del tema, suprimida legalmente la Orden, se debió producir un reagrupamiento de los templarios en dos niveles: Aquellos cuya actividad pública era conocida y vinculada a otras Órdenes militares, y aquellos que intentaron mantener la estructura original en la clandestinidad y que, a la larga, será la que permita la supervivencia actual de la Orden del Temple.
Muchos o pocos pero algunos estarían muy resentidos, con el orgullo herido y con firme propósito de venganza contra la monarquía y el papado.

Fenómeno que entonces llenaría las páginas de los periódicos y las televisiones (si los hubiera habido) con posturas a favor y en contra. A mediados del siglo XIII los templarios eran 14 Provincias, unos 20 mil miembros y su enorme riqueza está calculada en más de 800 mil libras tornesas anuales. A principios de 1307 de Molay llegó a Paris llamado por el Papa. El 14 de septiembre el Rey de Francia envió a los jueces cartas selladas con la orden de arresto de los templarios por “presunciones y violentas sospechas” originadas por la “denuncia” de Esquieu de Floryan. Al mes siguiente se difundía el manifiesto real y se ejecutaba la orden de arresto. La acusación era de apostasía, ultraje a Cristo, ritos obscenos, sodomía e idolatría.
Por entonces existía la herética secta cristiana de los apostólicos, una sociedad secreta que condenaba el matrimonio mientras se entregaban a prácticas inmorales y con buena carga de cinismo se gloriaban de llevar la vida de los primeros apóstoles. Quizá a los templarios se les calumnió atribuyéndoles falsamente esta la realidad aunque no era ni la primera ni la única secta heterodoxa incrustada en el cristianismo.

El 11 de mayo de 1310, en el Concilio provincial en Sens, 45 templarios revocaban sus confesiones, eran acusados de "relapsos" y fueron quemados al día siguiente. Se suprimió “el Temple” en el Consistorio secreto del 22-III-1312 con la bula Vox clamantis que abolía la Orden sin condenarla. Los templarios debían ser condenados por cada Sínodo provincial excepto el Gran Maestre Jacques de Molay y algún otro alto dignatario. Los contumaces, al cabo de un año, serían excomulgados por herejes.
El 18 de marzo de 1314 se dictó sentencia contra Molay y demás signatarios; al día siguiente morían en la hoguera parisina Molay y Charnay. Cuenta la leyenda, que en la misma pira crematoria, Jacques de Molay proclamó su inocencia y la de la Orden, y emplazó ante el «Juicio de Dios» al Papa y al Rey. Curiosamente Clemente V moría a los 40 días y Felipe "el hermoso" al cabo de ocho meses.
Clemente V fue quien llevó la sede petrina de Roma a Avignon y quien siendo Bertrand de Got, obispo de Burdeos, fue con razón excomulgado por Gualterio (+1307 con 83 años), beato, Provincial franciscano que a regañadientes había aceptado ser obispo de Poitiers. Lo destituyó y Gualterio, humildemente, pidió que su apelación escrita la pusieran en su cadáver junto al crucifijo.
En las demás provincias del Temple las reacciones fueron diversas aunque en ningún caso se llegó a la violencia de Francia. En el Reino de Aragón eran absueltos por el Concilio de Tarragona pero fueron integrándose en diversas Órdenes de la zona, principalmente Montesa, como asimismo ocurrió en Castilla-León.
En Alemania, el sínodo de Maguncia dictó sentencia absolutoria y los caballeros se dispersaron siendo acogidos en su gran mayoría por la Orden Teutónica que luego se expandiría hacia Polonia y Lituania sin tener en cuenta los medios (el genocidio). En esa dispersión no sería extraño que algunos se “distrajeran” o disimularan por no querer ser otra cosa, lo que hace disparar la imaginación con el "eslabón perdido" de las logias masónicas que brotarán en esa zona europea.
En Italia también se creyó en la inocencia de la Orden. En Inglaterra el Concilio de Londres condenó a los templarios a guardar penitencia, pero no hubo violencia y en Escocia –se dice- nunca llegó noticia alguna de la disolución de la Orden ni condena para los pertenecientes a ella, lo cual también dispara la imaginación para encontrar raíces a las logias y justificar su pervivencia clandestina. Se tienen como prurito las primeras Constituciones del escocés Anderson.

La brusca desaparición de su estructura social dio y sigue dando lugar a numerosas especulaciones y leyendas para mantener vivo el nombre de los Caballeros Templarios hasta nuestros días. Para algunos estudiosos del tema, suprimida legalmente la Orden, se debió producir un reagrupamiento de los templarios en dos niveles: Aquellos cuya actividad pública era conocida y vinculada a otras Órdenes militares, y aquellos que intentaron mantener la estructura original en la clandestinidad y que, a la larga, será la que permita la supervivencia actual de la Orden del Temple.
Muchos o pocos pero algunos estarían muy resentidos, con el orgullo herido y con firme propósito de venganza contra la monarquía y el papado.

Si a ello se añade la supresión de la Compañía de Jesús durante unas décadas en el siglo XVIII, ya tenemos ciencia-ficción para rato aunque "cuando el río suena, agua lleva", dice el refrán. Clemente XIII (1758-69) defendía a los jesuitas pero no pudo evitar su supresión en España, Portugal, Nápoles y Francia. Su sucesor Clemente XIV (1769-74), franciscano conventual, fue elegido con la presión de los gobiernos para que prometiera su extinción, destacando especialmente el embajador español Moñino. Clemente no prometió nada pero cuando ya estaba deshecho física y espiritualmente firmó la extinción en el 73.
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