dimecres, 2 de juny del 2010

LOS ORTODOXOS

La espiritualidad ortodoxa
Las iglesias ortodoxas
De Juan Pablo II

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Juan Pablo II hizo un esfuerzo titánico -que continua Benedicto XVI- para ayudar a la Iglesia del tercer milenio a conocer a los hermanos orientales en la fe y facilitar el que la Iglesia universal respire con los dos pulmones. En la carta apostólica “la luz de Oriente” escribió que "dado que creemos que la venerable y antigua tradición de las Iglesias Orientales forma parte integrante del patrimonio de la Iglesia de Cristo, la primera necesidad que tienen los católicos consiste en conocerla para poderse alimentar de ella y favorecer, cada uno en la medida de sus posibilidades, el proceso de la unidad".

Se separaron de Roma en 1054 por no querer aceptar al obispo de Roma como cabeza única de la Iglesia. Por eso son considerados cismáticos pero no son herejes pues tienen la misma fe y los mismos sacramentos que los católicos.

La espiritualidad ortodoxa

Pensando en los ortodoxos, es necesario saber distinguir los bizantinos de los rusos pues son culturas distintas y por tanto tienen diferencias de teología y de espiritualidad que se deben respetar. La espiritualidad bizantina es más bien mística y ejercitada fundamentalmente por los monjes. Tienden a poner en primer plano los fenómenos extraordinarios y dejar en segundo plano la lucha ascética y la penitencia. Para algunos, el corazón de la ortodoxia o elemento esencial es la Oración a Jesús, un modo de rezar antiquísimo. Esto se conoce desde que en 1884, en Kazán, se editó el folleto de las aventuras de un “Peregrino ruso” que iba de ciudad en ciudad y de monasterio en monasterio buscando un director espiritual adecuado.

La espiritualidad rusa es más acética que mística y destaca en ella el celo apostólico aunque en el siglo XV surgió una controversia enconada y que desembocó en el divorcio de la mística y el apostolado. La piedad rusa no es individualista sino que la saben basada en la eclesialidad pues en la Iglesia y de la Iglesia se recibe el alimento de la piedad: la Escritura y la Liturgia (como en la católica).

En la ortodoxia es clave el monaquismo y los monjes juegan un papel casi exclusivo tanto en el mundo bizantino como en el eslavo-ruso. Juan Pablo II escribió que “en Oriente el monaquismo no se ha contemplado sólo como una condición aparte, propia de una clase de cristianos, sino sobre todo como punto de referencia para todos los bautizados, en la medida de los dones que el Señor ha ofrecido a cada uno, presentándose como una síntesis emblemática del cristianismo” (La luz de Oriente, 9).

Los iconos son conocidos por todo el mundo y se sabe que son pieza clave de su espiritualidad y se ajusta muy bien a la mentalidad oriental que vive en una esfera de sacramentalismo. Llama la atención la cantidad de simbolismos que utilizan. El icono es una imagen santa, sagrada y no sólo piadosa; no es un elemento decorativo sino que es un medio para conocer a Dios. Su veneración es algo esencial para la contemplación del Reino de Dios a través de las acciones del Rey. La teología del icono es diferente a la occidental para con los cuadros o pinturas religiosas.

Entre los iconos marianos destaca el de la Virgen de Kazan que es la "Madre de Rusia". Su Basílica está en St. Petersburgo. El icono ya está ahora devuelto a la iglesia ortodoxa rusa desde el 16 agosto 2004, entregado al anterior Patriarca Alexis II en la fiesta de la Asunción de María que ellos celebran como la Dormición de Nuestra Señora. En la homilía, en nombre de Juan Pablo II, entonces ya muy deteriorada su salud, el Card Walter Kasper señaló que este icono tiene la importancia que la Virgen de Guadalupe en México o Czestochowa en Polonia. En la Audiencia General de ese 2 de junio, el papa Wojtyla dijo que el icono había llegado providencialmente a la casa del Papa y durante esos 10 años había rezado mucho ante él pidiendo la deseada unidad de los cristianos.


Cuando los comunistas tomaron Rusia en 1917, casi inmediatamente los revolucionarios se concentraron en el icono de Kazán como expresión del “alma” del pueblo ruso. La gran Catedral de Nuestra Señora de Kazán en Petrogrado (luego Leningrado) fue convertida en un museo ateo y en el centro oficial del ateísmo militante en el mundo. El icono desapareció y, tras muchos intentos fallidos de los ortodoxos de hacerse con él, en 1970 fue encontrado en Polonia en una subasta tras la primera guerra mundial. Lo adquirió el Ejército Azul de Nuestra Señora y estuvo depositada en Fátima hasta que en 1993 se la entregaron a Juan Pablo II.

Los ortodoxos, en vez de considerar a sus santos como mártires, vírgenes, doctores, etc., los veneran como propodobnyie (monjes piadosos), startsy (monjes, seglares o sacerdotes seculares dedicados a la dirección de almas), otchenlniki (ermitaños), straniki (peregrinos), moltchalniki (han guardado silencio riguroso), youridivos (locos por Cristo), stolpniki (estilitas) y petchalniki (intercesores).

Las iglesias ortodoxas

En 451, por las decisiones del concilio de Calcedonia sobre la persona de Jesucristo, se separaron de Roma las Iglesias asiria, jacobita, malankar (India), copta (Egipto), etíope y armena. En el siglo XI fueron otras cuatro: los patriarcados de Constantinopla, Antioquía, Alejandría y Jerusalén. Después se desgajó Moscú de la bizantina o de Constantinopla y asumió el “poder” sobre Bulgaria, Rumania, Grecia, Serbia, etc.

Desde la ruptura con Roma en 1054 se han ido subdividiendo en iglesias autónomas o autocéfalas pero siempre han conservado la unidad en lo doctrinal y en lo litúrgico. Nunca han admitido la unidad jurídica por su concepción del episcopado y de la estructura jurídica de la Iglesia, tamizada con su realidad política e histórica de Bizancio que se llamaba Constantinopla pues fue fundada por el emperador que por primera vez tuvo en cuenta la libertad religiosa y se la concedió al cristianismo que durante los 3 primeros siglos fue perseguida y tachada de atentar contra la unidad del Imperio Romano.

Cada una de esas comunidades es considerada y llamada “iglesia” por que cumplen los requisitos, sobre todo el que su jerarquía tiene la sucesión apostólica. Las occidentales surgidas de la Reforma son “comunidades cristianas” pero no se las considera “iglesias” por carecer de ese requisito.

El Patriarcado de Constantinopla, al separarse de Roma en 1054, estaba integrada por las iglesias de su demarcación jurídica un tanto desunidas a pesar de los intentos de los emperadores romanos de Oriente, los Paleólogos (siglos XIII-XV). Cuando la capital cayó en manos sarracenas (1453) se sometieron al Patriarca todas las iglesias de los territorios conquistados por los turcos y vivía no sólo una primacía honorífica sino de jurisdicción, parejo con el rango político de la ciudad. A medida que decrecía la importancia de Bizancio, se fue relajando la unidad ortodoxa. Hoy día dependen de este Patriarcado Calcedonia, Derki y los exarcados (obispados lejanos de América y Europa) que suponen algo menos de 2 millones de almas. También depende de Constantinopla la república monástica del Monte Athos con sus 5 mil miembros.

Las comunidades griegas fundadas por san Pablo formaron la provincia eclesiástica de Illiria y desde el s IV estaban bajo la jurisdicción romana. A partir de 730 se pasó al patriarcado de Constantinopla, implicándose después en el cisma. Cuando en 1829 Grecia se liberó del dominio turco, los ortodoxos se constituyeron en iglesia autocéfala que inicialmente estuvo subordinada al poder civil y desde 1923, por obra del arzobispo Crisóstomo Papadópolos, el Santo Sínodo ya no dependía del rey griego sino del arzobispo de Atenas. No llegan a 8 millones de fieles.

Las iglesias de Chipre son de fundación paulina y se consideran patrocinadas por el apóstol chipriota mártir Bernabé. Después del concilio de Éfeso (431) se separaron del Patriarcado de Antioquía y se vincularon al emperador romano de Oriente. Cuando los cristianos occidentales conquistaron la isla a los árabes, que estaban desde el s VII, los chipriotas fueron sometidos a una fuerte presión latinizante que creó la aversión a Roma. La posterior dominación turca (1571) eliminó el cristianismo isleño y esta iglesia se adhirió al movimiento griego de liberación en 1821. En 1878 la isla pasó a manos inglesas pero los eclesiásticos chipriotas se manifestaron en pro de la unión con Grecia, lo que desencadenó la persecución por parte de las autoridades inglesas.
En tiempos de Makarios III (s XX) su defensa de la unidad con los griegos estaba apoyada por los arzobispos ortodoxos de Antioquía y Alejandría. El golpe de estado militar de 1983 derrocó al arzobispo.



El sábado 16 junio 2007 el papa Ratzinger recibió a su Beatitud Crisóstomos III, arzobispo de Nueva Justiniana y de todo Chipre. Benedicto XVI, aceptando la invitación del gobierno chipriota, tiene anunciada su visita a la isla en junio de este 2010. El patriarca Latino de Jerusalén, Fouad Twal, el arzobispo maronita de Chipre, Josef Souaef, y el custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa, han expresado su gran alegría por este viaje. Precisamente en octubre de 2009, tuvo lugar en Pafos la XI sesión plenaria de la Comisión mixta internacional para el diálogo entre católicos y ortodoxos donde se trabajó sobre el modo de ejercer su primacía el obispo de Roma durante el primer milenio. En noviembre de 2008 se tuvo el encuentro interreligioso que mantiene vivo el “espíritu de Asís” promovido por el papa polaco Wojtyla e iniciado en 1986.

El Patriarcado de Antioquía comprende 15 provincias con 220 diócesis entre el Nilo y el Eufrates. Es la primera ciudad en la que vivió san Pedro al salir de Jerusalén y antes de llegar a Roma. Esta iglesia fue desmembrándose ya desde el s IV-V con las herejías arriana, nestoriana y sobre todo monofisita. En Egipto sólo permanecieron fieles los melquitas o imperiales (oficiales y empleados bizantinos). En Antioquía siguieron fieles a la fe pero se separaron de Roma con el cisma de 1054. Durante la dominación turca, el Patriarcado se trasladó a Damasco a finales del s XIII. Las persecuciones turcas del s XIX provocaron la diáspora a Norteamérica (casi 80 mil fieles). En Siria, Líbano y Turquía cuenta con medio millón de fieles aproximadamente.

En Jerusalén estuvo la primera comunidad cristiana formada en tiempos apostólicos y cuyo primer obispo fue Santiago (el menor), el pariente de Jesús. Este Patriarcado ha pasado por diversas vicisitudes desde que en el 70 dC la ciudad fue arrasada por las tropas de Tito, el templo destruido y la comunidad dispersada. Después del concilio de Nicea (325) se reconoce a su obispo como metropolita y después del de Calcedonia (451) como Patriarca. Cuando en 637 cayó en manos árabes, vivió dos siglos de relativa calma pues el Patriarca conservó su cargo. Los califas egipcios fatimí dieron brusco final a la situación y a comienzos del s XI destruyeron incluso la iglesia del Santo Sepulcro. Cuando llegaron los cruzados (1099) el Patriarca se refugió en Constantinopla hasta 1187. Los invasores posteriores turcos respetaron la situación del patriarcado que hoy día tiene una mayoría de sus fieles en Israel y en Jordania.

El Patriarcado de Moscú empezó con la conversión del rey Vladimir que se bautizó en 989 en Constantinopla y se casó con Ana, hija del emperador Basilio II. En 1035 Kiev fue metrópoli sufragánea de la bizantina durante seis siglos. Con la invasión mongola (1240-1480) la sede se trasladó a Moscú donde vivía el príncipe ruso y que impuso su supremacía. Las aspiraciones de independizarse de Constantinopla se hicieron realidad en 1448. Con la boda de Iván III en 1505 con Sofía, nieta del emperador bizantino Constantino XI, Moscú encontró la ocasión para considerarse la tercera Roma. En 1918 los bolcheviques hicieron la separación Iglesia y Estado y decretaron una sangrienta persecución religiosa reduciendo en un 80% lo eclesiástico; en 1941 quedaban sólo 28 obispos, 5.665 sacerdotes y 30.000 diáconos.
Este Patriarcado fue anexionándose distritos –incluyendo lo católico- que tras la 2GM caían bajo la dominación rusa y componían la URSS.

De Juan Pablo II

En la carta apostólica “La luz de Oriente” (Orientale lumen) de mayo de 1995 escribió: “mi pensamiento se dirige al patrimonio cristiano de Oriente. No pretendo describirlo ni interpretarlo: me pongo a la escucha de las Iglesias de Oriente (...) para dar una respuesta cristiana más completa a las expectativas de los hombres y las mujeres de hoy” (OL n. 5).

Hay algunos rasgos de la tradición espiritual y teológica, comunes a las diversas Iglesias de Oriente, que caracterizan su sensibilidad con respecto a las formas asumidas por la transmisión del Evangelio en las tierras de Occidente. Así los sintetiza el Vaticano II: «Todos conocen también con cuánto amor los cristianos orientales realizan el culto litúrgico, principalmente la celebración eucarística, fuente de la vida de la Iglesia y prenda de la gloria futura, por la cual los fieles, unidos al Obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1, 4)»(Unitatis redintegratio, 15)”. (OL n. 6).

Cuando los usos y costumbres propios de cada Iglesia se entienden meramente como inmovilidad, la Tradición corre el peligro de perder su carácter de realidad viva, que crece y se desarrolla, y que el Espíritu le garantiza precisamente para que hable a los hombres de todo tiempo (...) con aportaciones nuevas, en la fidelidad y en la continuidad” (OL, n. 8).

El monaquismo ha sido, desde siempre, el alma misma de las Iglesias orientales: los primeros monjes cristianos nacieron en Oriente y la vida monástica fue parte integrante del lumen oriental transmitido a Occidente por los grandes Padres de la Iglesia indivisa.
Los notables rasgos comunes que unen la experiencia monástica de Oriente y Occidente hacen de ella un admirable puente de fraternidad, donde la unidad vivida resplandece incluso más de lo que pueda manifestarse en el diálogo entre las Iglesias
” (OL, n. 9).


La oración litúrgica en Oriente muestra gran capacidad para implicar a la persona humana en su totalidad: el Misterio es cantado ... también en el calor de los sentimientos que suscita en el corazón de la humanidad salvada... también la corporeidad está convocada a la alabanza, y la belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad transfigurada... Y así la plegaria de la Iglesia se transforma ya en participación en la liturgia celeste, anticipo de la bienaventuranza final” (OL, n. 11).

El Oriente enseña de modo particular que hay hermanos y hermanas a los que el Espíritu ha concedido el don de la guía espiritual: son puntos de referencia valiosos, porque miran con los ojos de amor con que Dios nos mira. No se trata de renunciar a la propia libertad, para que los demás nos dirijan: se trata de sacar provecho del conocimiento del corazón, que es un verdadero carisma, para que nos ayuden, con dulzura y firmeza, a encontrar el camino de la verdad” (OL, n. 13).

Los cristianos de Oriente se dirigen a Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo, personas vivas, tiernamente presentes… sobre todo dejándonos educar en un silencio adorante, porque en el culmen del conocimiento y de la experiencia de Dios está su absoluta trascendencia. A ello se llega, más que a través de una meditación sistemática, mediante la asimilación orante de la Escritura y de la Liturgia” (OL, n. 16).

Entre los pecados que exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su pueblo… «a veces no sin culpa de los hombres por ambas partes», ha conocido dolorosas laceraciones que contradicen abiertamente la voluntad de Cristo y son un escándalo para el mundo... El pecado de nuestra división es gravísimo: siento la necesidad de que crezca nuestra disponibilidad común al Espíritu que nos llama a la conversión, a aceptar y reconocer al otro con respeto fraterno, a realizar nuevos gestos valientes, capaces de vencer toda tentación de repliegue. Sentimos la necesidad de ir más allá del grado de comunión que hemos logrado” (OL, n. 17).

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