La eclesiología luterana
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La cristología luterana
La teología protestante que desprecia el Concilio de Calcedonia, por tener sus formulaciones doctrinales en clave helenística (que pretendían superar), volvía a negar la divinidad del Hijo de Dios. La exégesis bíblica del protestantismo liberal desde la publicación de la obra póstuma de Reimarus en 1778, la “Vida de Jesús” de D. F. Strauss en 1835 y con Rudolf Bultmann a partir de 1921, se creía descubridora de una falacia arrastrada por la Iglesia institucional y que durante esos 19 siglos nos habría enseñado un Cristo de la fe, olvidando al Jesús histórico.
Todo el armamento de las nuevas técnicas y avances indiscutibles de la exégesis bíblica ponían, con mucha fuerza otra vez, sobre el tapete, la relación ciencia-fe. La ciencia quería demostrar que el Jesús histórico no lo conocemos, y creemos en un Cristo de la fe, personaje mitificado por los discípulos, tras su sepultura, cuando se inventaron la resurrección como punto de partida para su religión.
En 1953, E. Käsemann reaccionó contra su maestro Bultmann para iniciar una etapa que subrayará la continuidad entre el Cristo de la fe y el Jesús histórico. Desde la década de los ochenta, hay un consenso entre algunos exegetas para afirmar que el Jesús histórico existió realmente aunque sepamos, por ahora, poco sobre qué y cómo lo dijo. Mientras dan más validez, como fuentes fiables, a los testimonios extrabíblicos, judíos o profanos, están de acuerdo en que Jesús fue un judío, aunque un judío más, y que efectivamente jugó un papel en la sociedad de su tiempo.

En los noventa, emergió Eugen Drewermann, perfecto desconocido hasta el momento, fuera de algunos círculos teológicos alemanes. Este sacerdote y psicoterapeuta alemán, instalado en una atalaya en Paderborn, e inmune a toda censura, se pasó a la Facultad civil cuando su obispo le prohibió en 1991 dar clases en la Facultad eclesiástica. En 1992 se le prohibió predicar pero, él inmune, montó un tinglado en el exterior de la iglesia. En 1993 se le suspendió de su sacerdocio pero no pareció afectarle mucho en su vida ni en su persona.
Pero hoy su pensamiento se difunde por Alemania y empieza a extenderse por Francia e Italia. Desacreditado el marxismo, hacían falta nuevos nombres y nuevos derroteros para explicar el Evangelio aunque parece que los del disenso ya lo han dicho todo y se está generalizando la idea de que una época ha caducado. El modernismo muere, nace el postmodernismo. Drewermann afirma abiertamente su visión del cristianismo como una colección de simbolismos, tomados de acá y de allá, de mitologías egipcias, judías o helénicas, aplicados a un hebreo llamado Jesús. Es un sincretismo de elementos que cobran valor como símbolos y, con esta premisa, no dejará en pie ningún artículo del Credo. Como otros, no quiere dejar la Iglesia católica pues está convencido que, “por la crítica, ayudará a evolucionar, a reformarse y volver a su fuente”. El victimismo le da cierta aureola que, sin duda, facilita la difusión de sus obras. De la más difundida, Clérigos, se vendieron más de un cuarto de millón de ejemplares en Alemania, en sólo dos años.
Para el teólogo luterano Oscar Cullmann, la exégesis psicológica de Drewermann está en la línea del racionalismo de Bultmann. Quizá por unas experiencias desafortunadas, provocadas por una fe superficial o por la tragedia de quienes se adhirieron a la utopía modernista, Drewermann se propone desguazar otra vez el mensaje evangélico y la organización actual de la Iglesia para proponer, aunque sin claridad ni precisión, una futura y única religión con alusiones a “esa mística de la naturaleza que trata de promover el movimiento New Age”, con elementos hinduistas y taoístas, pero sin llegar a un panteísmo, y manteniendo algunos rasgos cristianos. Afirma que “la fe no es una cuestión de doctrina, sino una cuestión existencial, una opción vital”.
La eclesiología luterana
La nueva Eclesiología intenta recuperar aspectos estructurales arrinconados desde los primeros siglos o desvirtuados ciertamente por las vicisitudes de la historia, como la función del Primado, el papel de los laic@s por la participación activa de los bautizad@s en la misión de la Iglesia, etc. Pero si está basada en la verdadera Cristología que reconoce a Cristo Dios y hombre verdadero, no olvidará la dimensión sobrenatural de la Iglesia aunque no es excusa para impedir diseñarla como cualquier empresa humana, como una multinacional de servicios pastorales-benéficos-sociales.
A Hans Küng –amigo y colega de Ratzinger- se le retiró la licencia para ser profesor de Teología Católica: su error (negar la infalibilidad del Papa), al decir de un Cardenal de la Curia, se podía arreglar fácilmente nombrándole Romano Pontífice. Reclama democracia en la Iglesia recordando que la fe ha sido entregada a tod@s los bautizad@s, no sólo a los jerarcas, y añorando tiempos pasados, cuando el pueblo “confirmaba” en la fe a los obispos, como ocurrió en el concilio de Éfeso (año 431). Ante la posibilidad de que los obispos allí reunidos decidieran confirmar la herejía del momento y negasen la maternidad divina de María, se aglutinaron alrededor del edificio para apalearlos, si era el caso. Como decidieron afirmar lo de siempre (María es la Madre de Dios), el pueblo rompió a aplaudir.
O cuando las comunidades cristianas elegían (a veces por aclamación) a sus obispos. San Ambrosio (374) fue aclamado, sin estar bautizado, a los 34 años, para ser el obispo de Milán. Europio fue elegido obispo de Constantinopla (397), de entre los muchos candidatos que opositaban a la plaza, a instancias del pueblo que optaba por un perito en el sacerdocio. A él no le apetecía nada y tuvo que ser llevado por la fuerza democrática a la sede episcopal. San Gregorio I Magno fue elegido Pontífice (590) por la aclamación del pueblo, del senado y del clero romano. También Gregorio VII, el día del sepelio del Papa difunto Alejandro II (22 abril 1073), fue elegido urgentemente por los cardenales ante la aclamación tumultuaria del pueblo. Estos detalles democráticos (aunque en ellos no se agotan sus exigencias) se dejaron de hacer cuando los hombres de Iglesia se pusieron a realizar el sueño de resucitar la estructura y organización del Imperio Romano para construir la llamada Cristiandad y fue quedando en el olvido durante siglos, mientras se afianzaba un centralismo que en muchas ocasiones ha sido injusto por absolutista.
En junio de 1998 Juan Pablo II realizó su tercera visita apostólica a Austria que no fue un paseo triunfal y visitó Salzburg, la “Roma germánica” y sede del Primas Germaniae, que celebraba el 1.200 aniversario de su erección como arzobispado. Juan Pablo II hizo referencia a la fidelidad pues los datos oficiales señalaban que cada año se daban de baja unos 40.000 católicos. También hizo referencia de alabanza a la actuación de los laicos en las labores eclesiales a la vez que recordaba claramente que sus funciones no deben confundirse con las de los clérigos: “Las funciones propias del ministerio episcopal y sacerdotal no pueden traspasarse a los laicos. Y, viceversa, los pastores deben respetar el papel específico de los laicos”.
Si en 1978 los católicos austriacos suponían el 88% de la población, veinte años después eran un 77% de un total de 8 millones de habitantes. En 1995, apostataron de la Iglesia católica 43.527 personas y en 1996 lo hicieron 37.061 más. Los datos se sacan del sistema de financiación: cada ciudadano debe manifestar a qué Iglesia pertenece y está obligado a pagar el 1,25% de sus ingresos. A diferencia de otros sistemas, como el de Italia o España donde la cantidad se paga en todos los casos - a la Iglesia o a otros fines sociales-, en Austria, igual que en Alemania, si se abandona la Iglesia, dejan de pagar ese dinero. De todos modos, llama la atención ver que el porcentaje de abandonos es mayor entre los protestantes austriacos, a pesar de que la Iglesia evangélica ha admitido los cambios “liberales” que algunos piden para la católica.
En Alemania, durante 1994, se dieron oficialmente de baja 155.797 católicos y desde 1989 la cifra asciende a casi un millón: una apostasía fomentada por motivos varios y pluriseculares pero que quizá encontró la ocasión en razones fiscales pues al declararse ateos, se ahorran el impuesto religioso obligatorio que equivale al 7-8% de las tasas alemanas. Aunque Alemania ha dado como fruto de su fidelidad el Papa Benedicto XVI, antes brazo derecho de Juan Pablo II, el Cardenal Joseph Ratzinger, en general, entre los fieles sigue creciendo el complejo anti-romano.
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